Por Leonel Fernández
En estos días, los Estados Unidos y la República Popular China, de manera sorpresiva, acordaron un cese al fuego en su guerra comercial. Esa guerra comenzó con el aumento del pago de los aranceles a las importaciones de electrodomésticos chinos al mercado norteamericano, a lo cual se agregaron, posteriormente, el acero y el aluminio.
China respondió con una amenaza de aumentar, de igual forma, el pago de aranceles a las importaciones de más de mil productos norteamericanos a su mercado.
La guerra comercial entre las dos principales potencias económicas del mundo estaba generando incertidumbre y nerviosismo en distintos ámbitos de la economía mundial. Su tregua ha generado alivio momentáneo.
Sin embargo, no era la primera vez que el actual incumbente de la Casa Blanca emprendía acciones tan arriesgadas, unilaterales y agresivas, que provocaban desconcierto y perplejidad en diversos núcleos de poder y distintas regiones del mundo.
Por ejemplo, al poco tiempo de asumir su mandato, el presidente Donald Trump dejó sin efecto las negociaciones que los Estados Unidos estaban realizando para integrarse, junto a varios países asiáticos, al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
De manera casi simultánea, el nuevo ejecutivo norteamericano cuestionó el beneficio obtenido por los Estados Unidos del acuerdo de libre comercio con México y Canadá, e impulsó una renegociación de sus términos.
Lo que ha ocurrido en lo relativo al comercio internacional, se ha visto reproducido en el retiro de los Estados Unidos de los acuerdos ambientales de París; en la reconsideración del tratado sobre proliferación nuclear con Irán; en el rol de la OTAN como garante de la estabilidad política y de seguridad en Europa; y en el traslado de la embajada de los Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén, en Israel.
En todos esos casos, lo que se cuestiona por parte de los países europeos, amigos de los Estados Unidos, es si la llamada Alianza Transatlántica, creada desde fines de la Segunda Guerra Mundial para la protección de los valores del mundo occidental, ha llegado a su fin.
La duda radica en la relación que los Estados miembros de la Unión Europea han desarrollado con el presidente Trump. Frente a los radicales cambios de política y comercio exterior que en distintos aspectos aspira introducir, sus homólogos del Viejo Mundo procuran, en principio, cortejarlo e inducirlo a modificar su opinión.
Sin embargo, ese método ha resultado fallido. En todas las ocasiones en que lo han intentado, el jefe de Estado norteamericano, en principio, les siembra la ilusión de que tal vez podría acoger sus consejos, para finalmente desairarlos.
Del mundo bipolar a la nueva política de contención
Al término de la segunda gran conflagración mundial, la humanidad entró en una etapa de Guerra Fría, que la dividió en dos grandes bloques: el capitalista, liderado por los Estados Unidos; y el socialista, bajo la dirección de la Unión Soviética.
Con la caída del Muro de Berlín; el desmoronamiento de las democracias populares de Europa del Este; y el desplome de la Unión Soviética, el mundo bipolar de la post Segunda Guerra Mundial se esfumó, dando origen, inicialmente, a una nueva realidad global, de naturaleza hegemónica, en favor de los Estados Unidos.
No obstante, uno de los fenómenos más novedosos de esa nueva etapa de post-Guerra Fría ha sido la emergencia de nuevas potencias, las cuales han desafiado el carácter inicialmente unipolar del sistema internacional, para convertirlo, en el aspecto económico y social, en un mundo multipolar. Entre esas potencias emergentes se encuentran los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), pero, en realidad, los que en la actualidad tienen mayor incidencia en la dinámica de las relaciones internacionales son, naturalmente, la República Popular China y la Federación Rusa.
Así se ha reconocido en el documento sobre la Estrategia Nacional de Defensa de los Estados Unidos, publicado en enero de este año, en el que se indica que la nación del gran dragón representa un desafío por su forma de operar en el Mar del Sur de China, en el que ha desarrollado conflictos con varios vecinos de la región, como Japón, Corea del Sur, Filipinas y Vietnam.
En adición, hay en los círculos de poder de los Estados Unidos, una preocupación por lo que pueda representar en el tiempo la llamada Ruta de la Seda, con la que China aspira a construir unas líneas de comunicación que conecten al continente asiático con los puertos del Medio Oriente, Europa y África.
Por su lado, en lo que respecta a Rusia, el temor estadounidense consiste en las incursiones que ese país realiza en los territorios de las naciones vecinas, así como por las restricciones que les impone para que no puedan integrarse a la Unión Europea, como tampoco a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Al identificar en su Estrategia Nacional de Defensa a la República Popular China y a Rusia como los dos principales rivales que los Estados Unidos tendrán durante los próximos años, es evidente que la política exterior norteamericana estará orientada hacia la contención de esas dos potencias emergentes.
Pero, a diferencia de la época de la Guerra Fría, en la que la política norteamericana de contención estaba diseñada por razones ideológicas, a los fines de evitar la expansión del comunismo, en la actualidad, está motivada, más bien, por criterios de carácter geopolítico.
Esto así, debido a que el interés estratégico de los Estados Unidos es evitar hacer realidad el propósito de China y Rusia de controlar la región de Eurasia, ya que según la vieja concepción geopolítica, quien domine Eurasia, controla el mundo.
¿Hacia dónde vamos?
La decisión norteamericana de trasladar su embajada en Israel, desde la ciudad de Tel Aviv, hacia Jerusalén, ha desafiado la ira de los palestinos. Durante la ceremonia realizada a esos fines, se produjo un alzamiento en Gaza, que generó la mayor cantidad de muertos y heridos en esa zona en los últimos tiempos.
La Asamblea General de las Naciones Unidas había aprobado una resolución que contó con el apoyo de 128 países, 35 abstenciones y solo 9 votos en contra, condenando la medida del gobierno norteamericano, que desconocía una decisión previa del alto organismo mundial. Esa resolución declaraba a Jerusalén como una ciudad internacional, cuyo estatus definitivo estaría sujeto a las negociaciones entre Israel y Palestina.
En estos momentos, la situación en el Medio Oriente resulta volátil. Algunos consideran que con decisiones como las adoptadas por el presidente Trump sobre Jerusalén, el ambiente se torna aún más explosivo; y que la pradera podría incendiarse en cualquier momento con los conflictos ya existentes entre Israel, Irán y Arabia Saudita.
Mientras, el gobierno de Benjamín Netanyahu hace causa común con los Estados Unidos para desconocer el tratado acordado con Irán sobre proliferación nuclear, poniendo de manifiesto que su principal temor en la región proviene del apoyo iraní a los grupos de Hamas y Hezbollah, considerados por Israel como organizaciones terroristas.
Al tiempo que esos acontecimientos tienen lugar en el Medio Oriente, en la región asiática se había estado acariciando la esperanza de que entre el gobierno norteamericano y el de Corea del Norte se llegaría a algún tipo de acuerdo para lograr la desnuclearización del país gobernado por Kim Jong Un.
De una agresiva confrontación verbal inicial, se había pasado, de manera sorprendente, a una retórica de conciliación. Hasta se había puesto fecha para la realización de la cumbre entre los mandatarios de Estados Unidos y de la parte norte de la Península de Corea.
De repente, todo se estancó. La fecha y el lugar originalmente acordados para el encuentro entre los dos mandatarios quedaron sin efecto. La ilusión inicialmente creada ante la posibilidad de ponerle fin al conflicto en la Península de Corea, se desvanecía.
He aquí, sin embargo, que cuando ya se habían esfumado todas las esperanzas, el presidente Trump informó al mundo que el encuentro nuevamente se había activado.
Ojalá así sea. No obstante, no sorprendería que una vez más vuelva a suspenderse; y que luego, otra vez más, vuelva a reanudarse; y así sucesivamente, como Sísifo, subiendo la piedra continuamente hasta lo alto de la colina, para verla permanentemente caer; o como Penélope, que deshacía cada noche lo que tejía durante el día.
En términos estratégicos, lo que resulta claro es que el orden global que se ha intentado construir en la post Guerra Fría, bajo el liderazgo de los Estados Unidos, parece ahora encontrarse en una fase de mutación, en el que de un proyecto original de carácter liberal y multilateral, ha pasado a ser uno de tipo proteccionista y de corte unilateral.
Pero, ante una situación internacional tan desdibujada por la falta de racionalidad de sus principales actores, no resulta descabellado afirmar que en estos momentos el mundo se encuentra desorientado; y los conflictos, innecesariamente, tienden a multiplicarse.
No obstante, para evitar una nueva contienda bélica, de carácter mundial, persiste el anhelo de que en algún momento vuelva a imperar la sensatez, el buen juicio y la razón.