Por Maritza Ruiz Abad
Vivir en democracia implica la posibilidad que tienen los individuos de informarse y elegir.
Es por ello, que puede haber divergencias, sin que esto signifique o sugiera una oposición a las posturas ajenas; sino que, representa el equilibrio y la pluralidad de las ideas y no el predominio de la una sobre la otra.
La construcción de esa misma democracia deja fluir los colores, las simpatías, tendencias y participaciones, pero siempre apuntando a la verdad y al beneficio de las mayorías.
El pensar diferente no nos debilita. Nos hace más fuertes y tributa a solidificar un sistema donde muchos han dejado sus cabezas en la puerta de entrada; la cuelgan en clavos oxidados y a la merced de cualquiera que pase y quiera sembrar o manchar indeleblemente su criterio.
El tiempo que nos ha tocado vivir plantea retos y desafíos: enfrentar la posverdad, la demagogia y el encantamiento de serpientes. Nos invita a observar la realidad desde un ángulo diferente al que todos apuestan y promueven. Nos obliga a ser libres en la verdad, sin la cual, de acuerdo con el evangelista, nadie es “verdaderamente libre”.
Es bajo esta premisa, entonces, que nos reviste el derecho a disentir, a no estar de acuerdo con todos por complacencia, por “no quedarnos fuera”, por ser parte de… tenemos derecho a no caminar por los senderos y pautas trazadas por quienes, de manera premeditada y acomodaticia, elucubran múltiples formas de cautivar, seducir, persuadir y manipular.
Somos libres en la libertad de nuestra convicción. Ya lo decía Mauricio Wiesenthal en su libro El derecho a disentir: “…” ser libres consiste precisamente en saber organizar nuestras ideas y nuestras vidas desde una perspectiva más distante” …