La Cuaresma es el tiempo penitencial por excelencia.

El Papa San Pablo VI nos enseña que el Diablo es «el enemigo número uno, es el tentador por excelencia, que conduce a la oscuridad y perturba. Existe de verdad y que con alevosa astucia actúa todavía».

Si hay mentira, ahí está el mal. Se justifica entonces lo mal hecho como si fuesen acciones buenas porque se han obtenido beneficios fraudulentos por injustos medios.

Las obras mal hechas siempre buscamos justificarlas con argumentos con los que exonerarnos de la culpa. Razón esta por la que el Papa de la Reforma conciliar del Sacramento de la Confesión: «Ante todo insiste en que se ejercite la virtud de la penitencia con la fidelidad perseverante a los deberes del propio estado, con la aceptación de las dificultades procedentes del trabajo propio y de la convivencia humana, con el paciente sufrimiento de las pruebas de la vida terrena y de la inseguridad que la invade, que es causa de ansiedad».

Con respecto al ayuno Cuaresmal para vencer la tentación de adquirir alimentos y bienes siguiendo la voz del diablo, para rechazarla tal como lo hizo Cristo en el desierto hemos de: «dar testimonio de caridad para con los hermanos que sufren hambre y pobreza como miembros del Cuerpo de Cristo, cristianos que buscan con todos los medios promover una mejor justicia social por medio de la oración y el ofrecimiento de su sufrimiento al Señor, en íntima unión con la cruz de Cristo».

Pidamos ahora en esta Cuaresma mayor acercamiento a la correcta práctica de los Sacramentos del tierno amor de Dios que sana las heridas, y así recibir el perdón de tantos pecados, para renovar nuestra identidad de hijos amados de Dios y revitalizar el sentido de nuestra misión y vocación según el modelo de Cristo Eucaristía, el vencedor del maligno.