PARÍS — La contienda por la presidencia de Francia trascendió la política nacional. Se trató de la globalización contra la nacionalización y del futuro contra el pasado.
Emmanuel Macron, el centrista que nunca ha ocupado un cargo de elección popular, logró una rotunda victoria al beneficiarse de un legado histórico y cultural único. Aunque muchos electores querían un cambio, se sentían consternados por el enojo populista que ha causado radicales cambios políticos en Reino Unido y Estados Unidos.
Macron derrotó a la candidata de ultraderecha Marine Le Pen, quien obtuvo un resultado por debajo del 40 por ciento, aunque antes de la elección sus asesores dijeron que un porcentaje menor a esa cantidad sería considerado como un fracaso.
La victoria del candidato desató la alegría de la clase política europea, porque Le Pen habría hundido a la Unión Europea en una gran crisis. Pero al final, Macron ganó por una combinación de suerte, cierta habilidad política y el arraigado desdén que la mayoría de los franceses sienten por Le Pen y su partido, el Frente Nacional.
Durante el año pasado, muchos se preguntaban si la frustración pública generalizada contra la clase dirigente occidental se había transmutado en un movimiento populista universal. El referendo en Reino Unido para abandonar la Unión Europea en junio, seguido de la elección presidencial de Donald Trump en Estados Unidos, dieron la impresión de que era tendencia creciente. La candidatura de Le Pen, fiel partidaria de la ultraderecha europea, se constituyó en otra prueba del auge de esta tendencia política.
Sin embargo, el reto de la candidata era distinto porque la historia francesa es diferente. Durante los últimos seis años como presidenta del Frente Nacional se había concentrado en un solo objetivo: eliminar la asociación de su partido con los excolaboracionistas del régimen nazi, los extremistas de ultraderecha, los racistas que diseminan el odio hacia los inmigrantes y los antisemitas que lo fundaron hace 45 años.
Sabía que siempre sería una candidata minoritaria en tanto que recordara a los franceses la que quizá sea la mayor mancha de su historia, los cuatro años de gobierno de la ultraderecha durante la Segunda Guerra Mundial. Su padre, Jean-Marie Le Pen, el fundador del partido siempre se negó a reconocer eso. Dentro y fuera del partido, se calificó a este proceso como un “exorcismo”: término que sugiere que los demonios siguen asociados con su partido y los franceses no los quieren de vuelta.
“No había opción. No podía votar por Le Pen. No se puede votar por los extremistas”, dijo Martine Nurit, de 52 años, propietaria de un pequeño restaurante que acababa de sufragar en la urna del 20 Arrondissement de París el domingo. Votó por el candidato de ultraizquierda Jean-Luc Mélenchon en la primera ronda, el 23 de abril, pero “sin la más mínima alegría” votó por Macron, el candidato “orientado a los negocios”, en la segunda ronda.
“Principalmente, voté contra Le Pen”, dijo.
Al final, el “exorcismo” de Marine Le Pen fracasó estrepitosamente. Fracasó en el curso de su campaña cuando sus acalorados mítines dejaron al Frente en el mismo pantano de donde había salido. Y después volvió a fallar en uno de los momentos críticos de la campaña, el debate contra Macron, cuando los comentaristas franceses opinaron que decidió aferrarse a los “demonios” que acechan a su partido.
En el debate lanzó una diatriba contra Macron que se sintió como si durara horas, espolvoreada con insultos y calificativos y, por desgracia, carente de sustancia. Parecía perdida al opinar sobre diversos tópicos y vacilante en uno de sus temas favoritos —la salida del euro— al que se opone la mayoría de los franceses. En Francia, esta elección fue una revelación fundamental sobre Le Pen y el Frente Nacional.
Macron, por otra parte, demostró una cualidad que a los electores franceses les ha parecido esencial en los candidatos que han salido victoriosos: un dominio firme de los temas críticos que enfrenta el país. Ahí donde Le Pen se perdió una y otra vez, Macron logró salir de manera decisiva. Que pueda llevar las cosas del dicho al hecho, es otra cosa.
La última apuesta correcta de Macron fue que los electores franceses, al igual que en todas partes, se sentían molestos con los partidos establecidos, que habían juzgado como fracasos las políticas recetadas tanto por la derecha como por la izquierda para lidiar con los males que aquejan a Francia. Macron se posicionó en el centro, equilibrando la protección del Estado benefactor francés con un moderado estímulo a los negocios, en un intento por romper con el estancamiento del empleo y la productividad.
No obstante, la visión de Macron a favor del mercado provocó mucha oposición. El izquierdista Jean-Luc Mélenchon no solo se negó a respaldarlo, sino que promovió la idea de que Macron y Le Pen eran amenazas equivalentes, un análisis que respaldan muchos electores de ultraizquierda. Casi la mitad de los votantes de la primera ronda apoyaron a candidatos hostiles al libre mercado y el capitalismo. Aunque el domingo votaron por Macron para salvar al país de Le Pen, lo hicieron sin entusiasmo.
Sin ningún partido tradicional que lo respalde, el obstáculo más inmediato que Macron deberá sortear serán las elecciones legislativas del Parlamento francés en julio. Ha prometido presentar candidatos en los 577 distritos parlamentarios, pero no está claro si puede hacerlo. Tampoco queda claro cuántos socialistas respaldarán su programa.
El Frente Nacional, por su parte, podría ganar hasta 100 curules en el nuevo parlamento, según algunos análisis; eso lo convertiría en un gran partido de oposición. En efecto, aunque Le Pen sufrió una derrota contundente en la segunda vuelta, logró una posición que no hace mucho habría sido impensable. Además, en su discurso de aceptación de la derrota, dejó claro que ya estaba pensando en las elecciones parlamentarias y en el futuro.
También está la posible oposición representada por Mélenchon, quien ganó en algunas de las ciudades francesas más importantes —Marsella, Toulouse y Lille— y asegura ser el principal opositor de izquierda de Macron. Los que votaron por él, al igual que los que votaron por Le Pen, no confían en Macron.
El domingo por la noche, en su discurso de la victoria inusualmente corto y sobrio, Macron reconoció que había muchas personas a las que tenía que convencer.
“Mi responsabilidad será unir a todas las mujeres y los hombres dispuestos a asumir los tremendos retos que nos aguardan y actuar”, dijo Macron. “Lucharé con todas mis fuerzas contra las divisiones que nos debilitan y nos desgarran”.