La estrategia de Boris Johnson contra la pandemia se parece cada vez más al juego de la oca (un juego de mesa antediluviano, anterior a los móviles y la era Internet), en el que uno lanzaba los dados y avanzaba por un tablero hasta que caía en la casilla equivocada, y entonces tenía que regresar al punto de partida. Es lo que le pasó ayer al primer ministro inglés, quien ante el avance desenfrenado del virus (casi sesenta mil casos diarios) volvió a decretar un confinamiento muy parecido al del pasado mes de marzo.
“Intentaremos que no haya una segunda ola”, dijo en la primavera; “Tendremos unas Navidades casi normales”, afirmó en el otoño; “Para abril habremos vuelto a la vida como era antes”, proclamó eufórico hace unos días, coincidiendo con el comienzo de la vacunación. Pero en ninguno de los casos su oráculo ha tenido razón. En la partida entre el virus y el Gobierno, el virus siempre lleva la iniciativa, y la ficha de Johnson ha de volver una vez tras otra a la casilla de salida.
Escocia se adelantó por unas horas a la iniciativa de Johnson con una particular y restrictiva legislación
Anoche anunció un nuevo confinamiento para Inglaterra -el tercero-, con el cierre indefinido de todas las escuelas hasta por lo menos bien entrado febrero, y tal vez hasta que se haya vacunado a la mitad de la población), y la exhortación de que todo el mundo que pueda trabaje desde casa. La idea es que se salga lo menos posible, pero las excepciones son numerosas: ir al médico, a la compra, a la oficina, hacer ejercicio, ayudar a organizaciones caritativas o con fines humanitarios, y huir del abuso doméstico. Y en un país donde la libertad individual es un bien sagrado, nada de toque de queda ni de que la policía pueda parar a la gente para pedirle documentos (no existe un DNI) o preguntar a dónde va y por qué. Todo queda en manos de la responsabilidad de cada uno.
Johnson combinó el tono apocalíptico con el optimista. Por un lado dijo que “el Reino Unido ha vacunado a más gente que todos los demás países europeos juntos”, pero por otro señaló que se han registrado siete días consecutivos con más de cincuenta mil contagios, la nueva cepa del virus se transmite con entre un 50% y un 70% más de facilidad, los hospitales de Londres están tan desbordados que han suspendido todas las operaciones excepto las de máxima urgencia, y todo el sistema sanitario corre el riesgo de colapsarse en tres semanas.
Las nuevas medidas incluyen también el cierre de escuelas para la mayoría de los alumnos en Inglaterra y exigir el teletrabajo
Una vez más, la primera ministra escocesa Nicola Sturgeon se le adelantó, y anunció su propia versión de las restricciones y un confinamiento domiciliario. A partir de la pasada medianoche, igual que en Inglaterra, la gente debía permanecer en sus casas y las clases se suspenderán excepto para los niños de los trabajadores considerados esenciales. “Estoy preocupada por la situación, mucho más de lo que lo estuve en marzo” indicó la política independentista. El Reino Unido es el cuarto en el mundo en número de víctimas, 75.024, suma y sigue.
El lado positivo de la preocupante historia es el comienzo de la distribución de la vacuna de Oxford/AstraZeneca, más barata y fácil de almacenar. Boris Johnson visitó un hospital para presenciar la aplicación de la primera inyección a un paciente, en medio de acusaciones cruzadas entre la farmacéutica y el Gobierno sobre por qué no hay disponibles tantas dosis como se suponía, y a que se deben los retrasos en el plan de inmunización masivo considerado como la panacea para salir de la crisis sanitaria.
El primer ministro, en su mensaje a la nación, no tuvo más remedio que admitir que “vienen tiempo duros y las próximas semanas van a ser las más difíciles”. Pero optimista impertérrito y en el tono churchilliano que le agrada, se declaró convencido de que “hemos entrado en la última fase de la batalla, gracias al milagro de la ciencia vemos ya la luz al final del túnel, y en esta lucha épica que estamos librando, las tornas se inclinan por fin a favor del pueblo británico y en contra de la Covid-19”. Ello, a pesar de que su ficha cayó una vez más en una casilla de castigo, y el país ha tenido que ser confinado de nuevo, con tanta severidad como en marzo, algo que garantizó que no volvería a ocurrir. Pero ha ocurrido.
Fuente: La Vanguardia