La imagen de Duque ha sufrido un pronunciado deterioro. En el más reciente estudio de la firma Invamer, con corte al 30 de noviembre, el 70 por ciento de los encuestados desaprueba su gestión, el punto más bajo en el año y medio que lleva en el poder. Ese declive va paralelo al de su mentor político, el expresidente Álvaro Uribe, quien después de mantener durante largos años niveles imbatibles de popularidad ahora tiene una imagen desfavorable del 66 por ciento. El desgaste es todavía más pronunciado entre las franjas más jóvenes de la población. Y en el marco de las movilizaciones, convocadas en un primer momento por las centrales obreras, las posturas frente a la protesta social también han evidenciado una brecha generacional.
El 70 por ciento de las personas entre 18 y 25 años tiene una imagen positiva del paro nacional, un apoyo que desciende gradualmente al 60 por ciento entre las personas de 26 a 40, y al 53 por ciento en la franja de 41 a 55 años, de acuerdo con un detallado estudio del Centro Nacional de Consultoría (CNC), conocido esta semana. Varios de los resultados son llamativos. Casi el 80 por ciento de los menores de 40 años está de acuerdo con que el paro significa esperanza, porque obliga al Gobierno a atender reclamos justos de la sociedad. Y el 65 por ciento de los adultos menores de 25 años afirman que han salido a manifestarse o han querido hacerlo. “El partido de Gobierno está en las antípodas de la calle, y los jóvenes se están expresando en la calle”, dijo a EL PAÍS Carlos Lemoine, fundador del CNC.
El principal reclamo de los estudiantes, que han marchado en varios momentos durante el Gobierno Duque, es aumentar los fondos de la educación pública. “A las denuncias de incumplimiento al movimiento universitario, se suman las condiciones hostiles para ser joven en Colombia”, escribió Alejandro Palacio, uno de los principales líderes estudiantiles, que se sientan junto a los sindicalistas en el comité nacional del paro, en una columna en el periódico El Colombiano. “La violencia, el desempleo y la falta de oportunidades nos agobian cada noche y cada día. Ante esto, el Gobierno ha sido ciego y sordo. Los jóvenes en el marco de las protestas actuales no estamos pidiendo la renuncia de Iván Duque, le estamos pidiendo al presidente que escuche a todo el país, no solo a su partido”, le reclamaba en ese texto.
El Ejecutivo intentó en un primer momento poner el foco en los disturbios aislados, dar a las movilizaciones desatadas a partir de la huelga del 21 de noviembre un tratamiento de orden público. Después, aunque aceptó abrir una gran “conversación nacional”, también ha culpado a sectores de oposición. Sin embargo, desde una perspectiva histórica, ha sido una de las movilizaciones más grandes y pacíficas que ha vivido Colombia.
“Ha sido una manifestación de los jóvenes. De una nueva generación que no va a caer en la trampa en la que cayeron los movimientos anteriores, que fue usar una violencia que justifique una respuesta violenta mayor de parte del Estado”, le dijo el reputado historiador Jorge Orlando Melo al periódico El Tiempo. “Son jóvenes que además, con seguridad, no son militantes de ningún movimiento político. Y que no están organizados, lo que lleva a que no haya un proyecto único en las marchas. Los une la queja por muchas cosas: la calidad de la educación, la reforma de las pensiones, las causas ambientalistas, la corrupción. Es un proyecto muy difuso”, opina el autor de Historia mínima de Colombia. Los une el desencanto, el rechazo a la clase política y un profundo malestar frente al Gobierno, los resultados económicos y sus perspectivas de vida.
En las movilizaciones, los estudiantes de las universidades públicas y privadas se encontraron por fin, algo inusual en el país andino, apunta la columnista y escritora Yolanda Reyes, experta en educación y pedagogía. Es una nueva generación de ciudadanos, muchos de ellos son los primeros en sus familias que acceden a la educación superior, a veces con grandes sacrificios. Por eso perciben a Duque, hijo de un exministro, en la otra orilla, como un representante de una generación de privilegios. “El mundo joven va por un lado que no es institucional, no es institucionalizado, no tiene corbata”, agrega Reyes. El Gobierno puede retratarlos como “los nuevos bárbaros”, una horda sin voz ni ideas, o considerarlos como los ciudadanos que son, incluso los menores de edad, tal como lo contempla la Constitución, advierte. “No tienen nada que perder, no están dispuestos a esperar, y se encuentran con un señor que recita eslóganes. Si miramos un poco más allá, este Gobierno no ha tenido una narrativa que cohesione con un proyecto de país, más bien ha desmontado la narrativa de la paz”.
“Yo quiero estudiar/para cambiar la sociedad”, reza uno de los cánticos más repetidos en las marchas por estos días. Pero ni todos los jóvenes son universitarios, ni el movimiento estudiantil agota las explicaciones. El analista Fernando Posada, politólogo de 27 años, apunta a otros dos factores que desconectan al presidente de las nuevas generaciones. En primer lugar, la llamada consulta anticorrupción, que con Duque recién posesionado obtuvo casi 12 millones de votos aunque no alcanzó el umbral necesario para hacerla vinculante. “Tuvo una oportunidad maravillosa de instalar una agenda de lucha contra la corrupción en su programa de Gobierno, pero ignoró ese llamado popular en el que claramente los jóvenes tenían una participación muy grande”, señala. Otra explicación está en la férrea oposición del uribismo a los acuerdos firmados con la extinta guerrilla de las FARC. “En la calle, en las urnas, desde el activismo y las redes sociales, la juventud colombiana apoyó de manera decidida el proceso de paz. Aunque el Gobierno argumenta que ha venido cumpliendo el acuerdo, claramente no es una prioridad, ni una bandera, luego eso también es una inmensa frustración para los electores jóvenes”.
Fuente: El Pais