Jueves cuaresmal de la expulsión del demonio mudo que impide al cristiano profetizar contra los males sociales, injusticias y desigualdades que socaban la vida de los diversos sectores de nuestro entorno.
¡Líbranos de todos los males, Señor!… De aquellas predicas que no denuncian nuestra indiferencia, omisión y desinterés por solucionar el hambre ajena, las condiciones de vida infrahumanas y esclavistas, y la falta de atención médica a enfermos y ancianos.
El problema es que estamos divididos.
Cada quien está ocupado de su propio reino y sus construcciones individuales.
Requieren los matrimonios, los padres e hijos, los vecinos, los compañeros de labores, los miembros de las agrupaciones eclesiales de comunicación y de comunión (palabras sinónimas) de frecuencia diaria y calidad afectiva.
Basta de utilizar a Satanás y las actividades espirituales para evadir y excusarnos de nuestras responsabilidades personales y sociales.
Si hay divisiones, es que hay heridas y traumas pasados.
El pecado es la colocación de peldaños, barreras y diferenciaciones, más la muerte nos hace a todos iguales.
La batalla de la vida se gana con el sacrificio de la entrega, sin posturas intermedias y no hacerle caso al miedo de volver a darnos y salir defraudados.
¡Vamos a entregarnos en la Iglesia por entero al servicio de la unidad y la caridad!