El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, cuenta con razones de peso para ganarse el apoyo firme que le ha brindado Donald Trump a pesar de que la CIA está convencida de que él mismo ordenó el asesinato del disidente Jamal Khashoggi: el compromiso, conocido ahora, de comprarle a EE.UU. los diseños para plantas de energía nuclear por un importe de más de 80.000 millones de dólares.
Al anunciar su decisión de no sancionar en modo alguno a la corona saudí, Trump ya dijo algo que repitió en su mensaje oficial durante la festividad de Acción de Gracias el jueves: no hay pruebas definitivas de la implicación de Bin Salman y Arabia Saudí invierte mucho dinero en EE.UU. «¿De verdad vamos a arriesgarnos a perder cientos de miles de puestos de trabajo?», dijo el presidente. «Y sinceramente, si ponemos el listón tan alto, no tendremos aliados».
El problema, sin embargo, es que Bin Salman quiere que Arabia Saudí produzca su propio combustible fisionable, según ha revelado el diario «The New York Times». La CIA sospecha que detrás de esa empresa en apariencia civil puede haber un intento de dotarse de armas nucleares. Sólo EE.UU., Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel tienen armamento nuclear.
Esta hubiera sido una oportunidad idónea para que la Casa Blanca pusiera coto a esas aspiraciones: al fin y al cabo Riad ha participado, de una forma u otra, en el asesinato en su propio consulado en Turquía de un disidente que residía en Washington y trabajaba para un diario estadounidense. Trump, sin embargo, ha preferido conformarse con una leve ronda de sanciones financieras y la rescisión de 21 visados.
Paralelamente, el presidente ha reanudado las sanciones sobre Irán por precisamente ese mismo motivo: la sospecha de desarrollar energía nuclear para un secreto uso militar. En marzo, Bin Salman dijo que si Irán se dotaba de la bomba atómica, «Arabia Saudí hará lo mismo».
Fuente: ABC.es