Entre tanta gente que busca a Jesús… Unos por trastornos de salud, otros por necesidad económica.

Las multitudes siempre están hábidas de milagros y de experiencias llamativas que las saquen de su tedio y fastidio. Es una conducta sociológica que tenemos que asumir como parte de la Cruz de la vida.

Jesús huía de ellas, no se dejaba atrapar de la fama que siempre es la más grande impostora, desechaba el prestigio engañoso y hacia caso omiso a burlas y críticas.

Lo que nunca aceptaba el Señor era el trato tosco y áspero con las desvalidas mujeres que sufren y las familias que pasan por grandes penas.

Gran lección es el silencio de Jesús, sus palabras breves, precisas y puntuales en cada ocasión. No perdía tiempo, ni energías con todo lo que se decía y acontecía.

Siempre a lo esencial: hacer el bien y seguir el Camino de la Cruz.

Le urge ayuda a la anciana enferma por décadas.

La familia está abatida, envuelta en luto e inconsolable.

Allí acude el Señor y aporta la salud, la salvación, haciéndoles participes de la Eucaristía y de los Sacramentos de la Comunidad Apostólica.

Dinámica de vida en las sendas de la Fé Católica son los momentos de desencuentro y desagrado con personas que son toscas y de poco trato humano como aquellos que amonestan a la anciana enferma y esos que se burlaron ante el anuncio que la niña muerta solo duerme.

Ante todo eso hay que mantener la perspectiva de auxiliar a quien lo necesita, aunque las circunstancias nos resulten incomodas y no amables.

Por los ancianos, los jóvenes, las familias, las mujeres y los buenos creyentes, sigamos en el servicio de muchos que lo necesitan. Ellos son los que nos dan razón de vivir.