El corazón humano, lo más profundo del alma de toda persona, el centro mismo de su ser, ha sido creado por Dios para la caridad.
Si eres una persona de carne y hueso, sumergida
en la fragilidad y la contingencia del diario vivir, tendrás a lo largo de tus años continuamente la misma experiencia de Cristo Jesús en la Cruz: un corazón traspasado por la lanza y encendido por el fuego divino que quema los pecados y los hace puros, semejantes al del hijo de Dios y de María, Virgen Inmaculada.
El corazón humano despreciado, herido y resentido busca acaparar, aplastar y manipular. Pero nunca tendrá paz, sosiego y agradecimiento mientras no acepte ser fungido en el horno ardiente de la entrega sacrificada y desinteresada.
Duro el corazón indiferente ante el dolor ajeno.
El Evangelio evalúa nuestras actitudes y costumbres al respecto. La práctica de vida sacramental de la Iglesia ha de ser sincera y verdadera.
Erradicar lo superficial, abandonar una religión de pasatiempos es nuestro deber. El ámbito del Corazón es la Pasión del Señor para que confrontemos nuestro sentir y pensar con el listado de pecados de la Iglesia Romana del siglo I DC, y asi acudir a la Confesión y hacer Penitencia con las Obras de Misericordia para ser perdonados de:
«Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad».
y con hacer un decidido cambio de vida, hagamos de nuestros desafíos y sufrimientos la Eucaristía propia de un corazón agradecido en todo tiempo y lugar.