No soy judía ni palestina y ninguno de mis seis trabajos habituales tienen relación con la política exterior, pero el otro día abrí Twitter (ahora conocida como X) tras un tiempo sin aparecer por ahí y me encontré con gente que no conozco que me exigía que hiciera una declaración pública sobre lo que está pasando en Medio Oriente. Al parecer, todo el mundo en redes sociales ya se había pronunciado al respecto, incluidas varias marcas corporativas, celebridades y varios influentes de estilo de vida. El director de mercadotecnia de American Eagle publicó en LinkedIn que la empresa había cambiado su espectacular de Times Square por una imagen de la bandera de Israel. “Orando por Israel”, publicó Justin Bieber en Instagram, con una imagen (que después eliminó) de lo que en realidad era Gaza.
Pero no todo el mundo estaba tomando partido. Mientras avanzaba por mis noticias, vi muchos ciudadanos a los que se les decía que, si no se pronunciaban, también ellos se mancharían las manos de sangre.
La gente, ya sea de derecha o de izquierda, parecía atribuir mi silencio a una indiferencia depravada ante el sufrimiento humano, aunque no parecían ponerse de acuerdo en cuanto a quién sufría. Sucede que he estado lidiando con herpes zóster (no se los recomiendo para nada) y la depresión con la que batallo de vez en cuando. Me sentía cansada y abrumada, al igual que muchas otras personas. Pero las voces que me gritaban a mí y a otros que tampoco habían publicado algo parecían creer que no decir algo era una declaración en sí y, al parecer, una inmoral.
Existe una versión simplista de la toma de postura en las redes sociales que genera justas palmaditas en la espalda, pero reduce cuestiones complejas a un simple sí o no. Adoptar posturas simplistas también puede llevar a tergiversar las palabras. La preocupación por los palestinos se presenta como apoyo a Hamás, u odio a Israel o a personas judías en general. La indignación por los atentados mortales de Hamás contra ciudadanos israelíes — o cualquier mención de antisemitismo— se considera que denigra la dignidad de todas las vidas palestinas. Este tipo de pensamiento es muy poco serio y alimenta aún más las hostilidades, pues deforma posiciones matizadas hasta convertirlas en extremismo y confunde expresiones de indignación tan breves como un tuit con acciones valientes ante la atrocidad.
Cuando las instituciones hicieron declaraciones en las que expresaban su pesar por la pérdida de vidas israelíes y palestinas, algunos electores y clientes exigieron una revisión que condenara explícitamente a su villano preferido. Si estas voces institucionales guardaban silencio, se consideraba noticia. “Seis días después de los terribles atentados terroristas de Hamás contra Israel”, escribía una periodista de Women’s Wear Daily el 12 de octubre, “muchos actores importantes de la industria de la belleza —y de la moda en general— han guardado silencio en su mayoría en apoyo a las víctimas de ambos bandos del conflicto”. ¿De verdad necesitamos o queremos saber qué tienen que decir L’Oréal o LVMH Moët Hennessy Louis Vuitton?
El impulso de hacer declaraciones estridentes y reductoras refleja un miedo genuino a los horrores que yacen más allá de las palabras. Las soluciones binarias simples implican soluciones simples. Y es mucho más agradable decirse a uno mismo que está del lado del bien, contra el mal, que cuestionarse si las líneas divisorias se trazaron bien.
Es difícil lidiar con la incertidumbre, en especial cuando las redes sociales nos han acostumbrado a esperar información perfecta en tiempo real durante acontecimientos traumáticos y a querer respuestas y soluciones instantáneas. La certeza moral es un ancla a la que nos aferramos cuando la certeza fáctica no es posible. Y cuanto más rápido la expresamos, más seguros parecemos. Los más rectos entre nosotros publican, y lo hacen de inmediato.
Sin embargo, lo que más me molesta no son las publicaciones reflejo en las redes sociales. Es más bien la idea de que no publicar está mal y de que todo el mundo tiene que hablar, todo el tiempo. No nos invita a callarnos y escuchar, y a dejar que las voces más importantes se oigan por encima del estruendo. Implica que no está bien tener dudas sobre lo que está pasando o cualquier tipo de análisis moral que no se preste a ser presentado en una publicación de redes sociales. No deja tiempo ni espacio para que la gente procese los sucesos traumáticos en el santuario de su propia mente ni para reunir más información antes de emitir un juicio. Presiona a las personas que aún no tienen una opinión o que están reflexionando sobre lo que piensan a fabricar una y presentarla ante un jurado de completos desconocidos en internet que emitirán un veredicto instantáneo sobre su idoneidad.
Yo tengo opiniones, por supuesto, pero no caben en un tuit (y se verían muy torpes en TikTok). Creo que Hamás es un grupo terrorista e Israel tiene derecho a defenderse. Yo vivía en Manhattan el 11 de septiembre y, aun así, no puedo imaginar el dolor y el terror que sienten ahora las personas judías ante los continuos atentados y el aumento del antisemitismo en todo el mundo. También creo que no se debe permitir que el Estado israelí confunda a Hamás con Gaza o que corte la electricidad y el acceso a alimentos y suministros médicos a los civiles que están atrapados en Gaza o que justifique esos actos alegando que los palestinos que viven allí —cerca de la mitad de los cuales son niños— pueden irse cuando quieran, porque, sencillamente, no pueden. Si la destrucción de Gaza no es la meta, es una posibilidad muy real, y eso también debería ser inaceptable.
No pertenezco a Alcohólicos Anónimos, pero un pasaje del libro Doce pasos y doce tradiciones parece aplicar en este caso. “No hay nada que nos recompense más que la moderación en lo que decimos y escribimos”, escribe el cofundador de Alcohólicos Anónimos Bill Wilson. “Debemos evitar las condenas irascibles y las discusiones arrebatadas e imperiosas”, que él llama “trampas emocionales, y los cebos son el orgullo y la venganza”. Debo admitir que he publicado en redes sociales desde un lugar de orgullo y venganza y, como escritora, tal vez estoy menos condicionada a practicar la moderación en lo que escribo y a evitar discusiones. Pero mi objetivo es la crítica reflexiva, y aunque me he arrepentido de publicar pensamientos a medio formar demasiado rápido, nunca me he arrepentido de esperar a estar menos enfadada o de no publicar nada.
En un entorno en el que se hace creer a la gente que debe publicar o soltar opiniones simplistas, acaba haciéndolo por miedo a que los demás piensen que no están suficientemente informada, que no le importa lo suficiente o que su brújula moral no funciona. Pero una publicación reaccionaria en las redes sociales no dice nada sobre lo que realmente piensan o saben, abarata el discurso y dificulta el progreso. Es una consigna disfrazada de claridad moral.
Fuente: nytimes.com