Por César David Santana

Preámbulo

A propósito del rápido discurrir del calendario electoral, con vistas a las próximas elecciones presidenciales del 2020, y de la cercanía de los plazos de ley para la inscripción de candidaturas y para la celebración de las primarias internas de los partidos, con miras a la selección de sus candidatos respectivos, resulta propicia la ocasión para reflexionar sobre la situación actual y sus desarrollos posibles.  En este caso, concentrándonos en el Partido de la Liberación Dominicana, por ser el de mayor votación en los últimos 6 torneos -incluyendo las elecciones congresuales y municipales- y el que gobierna, actualmente, y por casi 16 de los últimos 20 años.

En tal sentido, el PLD, hoy día, concentra buena parte de lo que podríamos denominar como el “país político”, con su mapa de “accidentes”: elevaciones, depresiones; lagunas, lagos, ríos y (hasta) escorrentías.  Con un padrón interno de más de dos millones de afiliados, el predominio absoluto en el Senado de la República y primera mayoría en la Cámara de Diputados; lo mismo que en los ayuntamientos y distritos municipales, constituye la máxima expresión del poder político organizado en República Dominicana.  De ahí, la importancia de todo lo relacionado a dicha formación política.  De hecho, lo que está ocurriendo a su interior –como lo que podría sobrevenir, a futuro- sin dudas, puede implicar cambios radicales en la configuración política del país.

En tal virtud, siguiendo una secuencia de análisis que nos parece lógica, vamos a dividir esta mirada crítica en tres aspectos fundamentales.  Por una parte, una suerte de diagnóstico sobre su situación interna.  Una segunda, dirigida a realizar alguna suerte de repaso a la historia política, digamos, reciente, tras la recreación de procesos políticos similares, que pudieren servir de referentes históricos valederos. Y una tercera parte, digamos, “prospectiva”, orientada a evaluar posibles alternativas de evolución de la situación actual, con sus consabidas consecuencias, en uno u otro caso.

I. El actual problema de la lucha por la candidatura presidencial

En función de lo afirmado en el primer párrafo, referente al éxito del PLD en varios comicios, presidenciales y congresuales, hasta convertirse en la primera maquinaria electoral, a nivel nacional, es perfectamente comprensible que el encabezar la boleta de dicho agrupamiento no resulte poca cosa.  Prácticamente, se ha convertido en un pasaporte hacia el triunfo.  No en balde alguien, al caracterizarlo, llegó a definirlo como la “fábrica de presidentes”.  Dado que esa aceptación popular se ha mantenido de un candidato a otro, al extremo que el actual detentante del Poder Ejecutivo sobrepasó todas las votaciones presidenciales anteriores -el 61% de los sufragios- en el 2016, pese a que se reelegía, en el contexto de una reforma constitucional reciente, sobran razones para pensar, nueva vez, que la obtención de la nominación presidencial por el PLD constituye la mejor carta de presentación, de cara al éxito.

Lo anteriormente afirmado se dimensiona cuando se toma en cuenta el tema de los dos principales liderazgos que convivieron, inicialmente, por un tiempo, pero que, a partir de un punto, tomaron caminos no necesariamente convergentes; de hecho, diferenciándose cada vez más.  Por supuesto que hablamos de los dos dirigentes del Comité Político que han ocupado el solio presidencial: Leonel Fernández y Danilo Medina.

Al respecto, cabe señalar la posición distinta en que se encuentran uno y otro.  Mientras el primero fue el que abrió el camino al poder y, por tanto, emergió como el líder “indiscutido” de esa primera etapa, con pretensiones “comprensibles” de re-editar el estilo carismático de los jefes de parcelas políticas de las tres décadas siguientes a la caída de la dictadura de Trujillo; dígase, Bosch, Balaguer y Peña Gómez, el segundo –el actual Presidente- parecería más la encarnación del boschismo propiamente “peledeista”; vale decir, el estilo de liderazgo propio de un colectivo donde persisten reminiscencias de un partido originalmente doctrinario, donde quien dirige se valida, permanentemente, por su trabajo y, más que un líder – a la usanza antigua- se le considera como un “dirigente”.

Tratándose de hombres bien entrados en la “tercera edad”, es obvio que sus liderazgos tengan fecha de caducidad visible en el horizonte político; así sea, por el efecto natural del “empuje” de los que vienen atrás, pisándoles lo talones. De ahí, lo perentorio de lograr la nominación presidencial de cara a las próximas elecciones.  No obstante, es evidente que, en el caso del primero, dado el hecho de haber permanecido fuera del Palacio Nacional por dos períodos consecutivos, la urgencia es mayor.  De hecho, la intensidad de su tentativa hace a muchos pensar que para él no habría mañana, y que el “alzamiento” con la presea, por parte del equipo que lo adversa a lo interno de la organización, lo haría enrumbarse por una pendiente de declive, con posible deriva en el ocaso definitivo.

Desde el punto de vista formal, sin embargo, el pulso está planteado en torno a una cuestión de orden legal fundamental: la constitución o ley sustantiva del Estado.  Mientras el primero –el “Profesor”- se opone a cualquier tentativa de reforma a la misma, el Presidente de la República, vedado de reelegirse conforme al cánon vigente, requiere, como una cuestión estratégica esencial, lograr un cambio que elimine los impedimentos a eventuales repostulaciones futuras, que el texto actual plantea, para su caso exclusivo.

Para esto último, no obstante, el Presidente necesita una mayoría calificada, en ambas cámaras del Congreso, difícil de lograr, en la medida que se contrapone al interés coincidente en la “silla de alfileres”, no sólo de la oposición externa a su partido, sino –también- de la oposición interna, lo cual se explica –aunque difícilmente se reconozca- en virtud  del tema del predominio en la estructura partidaria, del cual ya habláramos en los párrafos precedentes.  Dado, sin embargo, que el mantenimiento de las actuales prohibiciones implicarían “ipso facto” el fin de posibilidades candidaturas presidenciales para Medina, ni en esta oportunidad, ni en futuras, ello se traduciría, prácticamente, en una especie de “jubilación política” para el actual Primer Mandatario de la Nación.  De ahí, lo álgido del enfrentamiento actual y las posibilidades se puedan ocurrir “desbordamientos”.

Habida cuenta de que el anterior Presidente lo ha sido en tres oportunidades y que, en una de ellas, -a propósito de la reforma del 2010- negoció con una parte de la oposición la eliminación de la reelección única consecutiva (el nunca jamás), y su sustitución por la posibilidad de reelegirse en períodos alternos, logrando con ello su rehabilitación política a futuro, se dificulta la aceptación, a nivel del imaginario público, de una oposición tal a la reforma, en esta oportunidad, por razones –pretendidamente- de principios; con la consecuente merma de su credibilidad política; sobre todo a lo interno del bando mayoritario en el Comité Político de esa organización.

Así las cosas, la pendiente enjabonada de la división partidaria estaría, como se dice, “a la orden del día”, con todo lo que ello podría implicar, en términos de pérdida del poder, el cual, en una sociedad como la nuestra, sino de forma exclusiva, al menos, de manera decisiva, reside en el Palacio Nacional.

II. Los referentes históricos de la situación actual

Al respecto, lo primero a señalar es que existe –al menos- un precedente, históricamente reciente, de partido que se divide, aún el poder, con toda una secuela de consecuencias nefastas que perduran hoy día.  Nos referimos al Partido Revolucionario Dominicano, ancestralmente conocido por las siglas PRD.

Si bien la tendencia divisionista es prácticamente una “pulsión secular” en la vida política dominicana, que se remonta a los tiempos del Gobierno de Horacio Vásquez, cuando fruto de una disputa por la prolongación del período constitucional 1924-1928, se produjo una escisión en el mismo, encabezada por el entonces vice-presidente –y también aspirante- Federico Velásquez, ésta se convierte en una pandemia, sobre todo, luego de la desaparición del régimen trujillista.

En lo que tiene que ver, particularmente, con el denominado “sector liberal” de la política criolla, el episodio más notorio lo es el que culminó la división del PRD, partido fundado por Juan Bosch y otros, en el exilio que, por su rol protagónico en la transición post-Trujillo –que incluyó el triunfo en las elecciones de 1962 y el encabezamiento de la resistencia popular al derrocamiento de dicho gobierno-  terminó fuertemente vinculado al imaginario político democrático de los dominicanos, lo cual le valió su regreso al poder, por elecciones, en dos oportunidades más; una de ellas, por dos mandatos consecutivos, una vez concluida la llamada era de los 12 años, que encabezara Joaquín Balaguer, a partir de 1966.

En términos sociológicos y políticos, la importancia del símil con el antiguo PRD estriba en su parecido con el PLD, en varios aspectos; dígase, su ideología política “positivista-liberal”, la procedencia “pequeño-burguesa” de la mayoría de sus cuadros, su vocación reformista, en materia social, en consonancia con una visión “fomentalista” del desarrollo económico -tímidamente nacionalista- que se debate en un pulso continuo entre “estatismo” y “neoliberalismo”.

Aún cuando en medida que no tiene comparación entre ambos partidos hasta ahora, en el PRD las contradicciones entre facciones enfrentadas por el poder se presentaron temprano, incluso antes de su vuelta al poder, en 1978, cuando, al tenor de una alianza entre sus sectores más conservadores, encarnados por los fenecidos Antonio Guzmán (Presidente) y Jacobo Majluta (Vice-presidente), lograron, en base a un programa de transición “prudente”, reunir las sinergias necesarias – a lo interno y a lo externo del país- para desplazar el autoritario régimen balaguerista de los 12 años.

Rápidamente, sin embargo, a propósito de las próximas elecciones presidenciales, al tenor del proyecto “continuista” del bloque político antes indicado, se presentaron contradicciones con el sector encabezado por el Senador por el Distrito –y luego futuro Presidente- Salvador Jorge Blanco que, si bien pudieron ser dirimidas exitosamente por el principal líder carismático de esa organización, José Francisco Peña Gómez, al final, dieron al traste con la unidad interna, provocando la vuelta al poder, esta vez, por diez años más, del anciano líder reformista, ahora políticamente reciclado, esencialmente, en función de las pugnas internas de un PRD dividido, que mostró una gerencia política a tal punto inestable que no faltó quien tildara a dicha organización como una “mayoría ineficiente”.

Ciertamente, el panorama de la bancada senatorial de ese partido, con dos voceros enfrentados desde el inicio mismo de la Administración Jorge Blanco, en 1982,así  como el espectáculo, más tarde, de dos bandos enfrentados, incluso en la calle, en torno a cual proyecto era más factible para resolver el problema del agua de la Ciudad Capital, si jiguey/Aguacate o la Presa de Madrigal, colmó la paciencia de los electores, dando como resultado el retorno del caudillo reformista, a propósito de las elecciones de 1986, lo cual se tradujo, para los perredeístas, en otros catorce años en la oposición y que su líder máximo –Peña Gómez- no llegara a ver “la Tierra Prometida”; dígase un gobierno encabezado por él, pese a constituir entonces dicha formación política la primera mayoría electoral de la nación.

Si bien, finalmente, lograron retornar al poder con el heredero político “blanco” de Peña Gómez; dígase Hipólito Mejía, nueva vez, las pugnas partidarias internas, sumadas a la grave crisis económica, detonada por las quiebras bancarias, llevó a la derrota a ese partido, pese a que en el 2000 resultó triunfante en primera vuelta.  Dicho fracaso, como suele ocurrir, permitió que se atizaran las contradicciones a su interior, ahora sin el dique de contención que suele significar el poder, dando al traste –de nuevo- con la unidad orgánica; esta vez, de forma definitiva, para dar paso al surgimiento de una nueva parcela política, el Partido Revolucionario Moderno, PRM; formado, en lo esencial, a partir de un “desprendimiento” –para su suerte- mayoritario, del tronco “fundacional” representado por un PRD, hoy, visiblemente disminuido y prácticamente relegado al rol de fuerza “bisagra” en la política nacional.

III. Las perspectivas de la crisis actual en el PLD

La anterior evocación de crisis y coyunturas pasadas, ocurridas en el estamento político local, tienen como finalidad principal – para no decir exclusiva- ilustrar al lector en torno a las posibles derivaciones de las pugnas partidarias, aún en el caso de organizaciones que han ostentado el poder.  Se trata de una especie de “espejo” donde mirarnos los que, en distintas etapas, hemos militado en dicho “proyecto”, al cual somos afectos, pese a que presenta un número considerable de yerros y hasta de entuertos que “desfacer”, para no hablar de actitudes que constituyen verdaderas “apostasías” al compromiso ético sobre el que fue cimentado.

Aún así, partiendo del principio de que nadie opera en el vacío y de que lo perfecto suele ser enemigo de lo posible, creemos que ahora, que probablemente, está sirviendo de base a uno de los gobiernos más “esperanzadores” posible, sería lamentable que sucumba, víctima de incomprensiones, cuando no de pretensiones injustificables, negadoras –en algunos casos- de la tendencia del desarrollo social y, sobre todo, inconsecuentes con el trabajo tesonero que desarrollaron, especialmente, en la “etapa heroica”, quienes todo lo dieron tras el ideario emancipador, y la vocación desarrollista  por la que propugnó su fundador.

En efecto, cuando pensamos en iniciativas gubernamentales como la Tanda Extendida, La República Digital, la segunda línea del Metro y el Teleférico, el 911, la rehabilitación de los hospitales y el arranque –aún sea tímido- de la Atención Primaria en Salud, los proyectos habitacionales sociales, como La (nueva) Barquita y la Ciudad Juan Bosch; lo mismo que la ampliación del SENASA, Progresando con Solidaridad, las instancias infantiles y los centros de atención a la discapacidad… en fin, la gran inversión social de este gobierno, sin descuidar la inversión en infraestructura, como las circunvalaciones y las carreteras, para no hacer mención de mejoras institucionales en el ámbito financiero, (aumento de la eficiencia recaudatoria, reducción del déficit fiscal, reforzamiento de la Ley de Compras y Contrataciones, fomento a las MYPIMES, renegociación de contratos mineros), como de los derechos humanos (Plan de Regulación de Extranjeros, Nuevo Modelo Carcelario, etc.), no puede dejar de resultar llamativo que sean fuerzas internas quienes lleven la voz cantante en la oposición a la actual gestión gubernamental.

En tal sentido, sólo cabe recordar la frase aquella, atribuible a Duarte, en que hace referencia, en una coyuntura particularmente peligrosa por la que atravesaba la naciente república, a la actuación de hombres “sin juicio y sin corazón”.  Análogamente, en esta oportunidad, sólo queda augurar la esperanza de que aquellos hombres que sabemos dotados de buen juicio, también demuestren que pueden actuar con corazón.-

César David Santana.

Ciudadano dominicano. 16-7-2019.-