Entre las distintas acepciones de líder, hay al menos dos que vale la pena rescatar para los fines de esta opinión, la que lo define como aquel que interpreta a las masas, la encarna, le da contenido, la influencia, representándolos en la búsqueda de sus reivindicaciones y aspiraciones, e incluso los orienta, constituyéndose en un viabilizador, y ayuda a elevar la visión de la sociedad; la otra, casi mesiánica, la que procura que lo sigan en forma autómata, por aquello de la manipulación, haciendo que sus seguidores manifiesten conductas fanáticas, irracionales y de imitación.
Naturalmente, los líderes son importantes, más que eso, necesarios, pues siempre habrán conductas sumisas y emprendedoras, las primeras por doquier, las segundas, escasas; sin embargo, el hecho que las sumisas sean más numerosas no las denigra, ser obediente también es una cualidad fundamental y subordinado una condición que obliga a acatar las directrices del líder.
La sólida formación y el recio comportamiento apegado a lo correcto, considerando lo circunstancial que amenace los objetivos la sociedad, hacen del líder un sujeto transformador y transaccional, son cualidades que hacen construir un verdadero líder, que despierta admiración, respeto, apoyo, colaboración, y comprensión.
Entonces, cualidades como la formación, credibilidad, firmeza, autoridad, honestidad, y empatía deben ser las que hagan seguir al líder; pero al hacerlo se debe ser cuidadoso, no imitarlo, no clonarlo, imitándolo con imágenes, estilo, fonética, adulando y gesticulando, seguirlo, es ser su colaborador, un punto de apoyo, solidario, consecuente, y agradecido.
Un verdadero líder logra darse cuenta de la distinción entre el imitador, que en la generalidad de los casos es adulador de carácter coyuntural, del que en esencia lo respalda con acciones que lo cuida en el presente y para el futuro; sin importar circunstancias, equivalente a una leal coherencia. El verdadero seguidor del líder lo protege, el simulador lo imita.
Al ver imágenes digitales o impresas replicando lo que hace algún líder, respondiéndole siempre, sí señor, asumiendo conductas culturales, estructurando y entonando discursos al estilo del líder, reflejando gesticulaciones en los medios de comunicación propias del carácter del líder, o repitiendo sin ninguna riqueza lo expresado por el líder, es sencillamente imitarlo.
Imitar al líder no tiene gracia, menos aún mérito, más bien empequeñece al que dice ser su seguidor y no le agrega valor al liderazgo de su mentor, dado que, al no sumarle ideas y perspectivas de los problemas, lo desayuda en la conformación de su ego, el cual puede incidir en trastornos conductuales que terminan perjudicando a la sociedad; por aquello de la expresión dialéctica que afirma, el hombre hace al trabajo y el trabajo hace al hombre.
Las imitaciones no son responsabilidad del líder, sino del seguidor, de aquel que no se inspira, copia y se autoproclama fiel e incondicional, que al manifestar conductas extremas terminan quebrándose, a veces más rápido que la conclusión del día.
Al único que se le debe imitar es a Jesús y a través de él a Dios; pero incluso hasta esa conducta tendría una explicación, el de la Santísima Trinidad que sustenta la doctrina cristiana, Padre, Hijo y Espíritu Santo y porque Jesús es el único ser humano nacido por obra y gracia del creador, no fruto de la fecundación entre dos sexos opuestos; esa justificación es la que permite que la misma Biblia llame a imitarlo.
Referencia: Por Haivanjoe Ng Cortiñas