Queridos amigos y amigas:
El Evangelio de hoy es una síntesis hermosa de las enseñanzas de Jesús y una alerta para todos nosotros, en vistas del juicio que nos espera al final de la historia. En la escena, el humilde Jesús de Nazaret es presentado ante las naciones con pleno poder y majestad; su Padre le ha “dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18) para juzgar a la humanidad. Él, como un gran Pastor, distingue y separa a ovejas y cabritos; a los que practicaron las obras de misericordia con los pobres y a los que la indigencia de la gente no les ha conmovido, ni les ha impulsado a ser solidarios.
En el juicio final se pone de manifiesto que todo servicio por amor fue un servicio al mismo Cristo. Las obras que el juez enumera son las corrientes obras de misericordia. Como cristianos sabemos nuestra fe tiene que repercutir en estos actos sencillos, ya que sin ellos seríamos personas estériles, vacías y sin futuro. Cuando seguimos a Jesús nos comprometemos a convertir este mundo en el gran banquete del Reino de Dios, donde todos como hermanos tengamos un lugar en la mesa. Quien comparte con los que sufren está destinado a participar del Reino glorioso del Señor.
La fama, la vanidad, la apariencia, el orgullo, el prestigio… están arraigados en el torbellino de la sociedad que quiere esclavizarnos hoy día. No se globaliza el amor o la compasión, sino la vaciedad y el sinsentido que cobran vidas humanas a cada segundo. Muchas veces se juega en la religión, en la política y en la farándula con “obras de caridad” desprovistas de sentimientos humanos sinceros, que sólo buscan aparentar ante los demás. Ocurre también en nuestras familias, cuando somos “luz de la calle y oscuridad de la casa”, cuando no sabiendo amar a los que tenemos más cerca, nos desbordamos con mil actos de cariño con los que están fuera del hogar. Nuestras obras, frutos de la fe y del amor sincero, deben brillar tanto dentro como fuera de nuestras casas. No nos preocupemos del aplauso, de los méritos, o de los agradecimientos. Dios es el justo juez que sabe discernir la sinceridad y profundidad de nuestras acciones. No vivamos de apariencias. Permitamos que el Señor actúe en nuestras vidas.
Su hermano en la fe, Freddy Ramírez, cmf.
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