Reflexión del Evangelio de hoy
El ser humano espera siempre una respuesta pero, ¿la buscamos? Cuando esta búsqueda se realiza en Dios -esperando de Él la respuesta- o bien nos la encontramos velada o bien nos saca de nuestra zona de comodidad espiritual.
Reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente
Como los israelitas leían a Moisés, nosotros acudimos a las Sagradas Escrituras esperando la solución a problemas. La Palabra de Dios no es un solucionador de problemas, es la esencia de la vida; nuestra brújula que no nos facilita el camino, no nos soluciona los obstáculos hacia nuestro destino, pero sí nos marca la dirección. Sin embargo, en nuestro mundo se empeñan, una y otra vez, en velar ese mensaje y retenernos en la esclavitud. De esto, se deriva que la actitud que tenemos que adoptar firme, fiel y convincentemente todos los cristianos es predicar que Cristo es Señor. Él es el Espíritu verdadero que trae la libertad y nos hace ir con la cara descubierta reflejando la gloria del Señor y estando al servicio de Jesús y de toda la humanidad. La actitud de servicio nacida de vivir en el Espíritu del Señor, consecuentemente, hace que en la tierra brote la fidelidad y que del cielo nos venga la justicia; es decir, que nos vayamos transformando para ser cada vez más y mejor imagen de Dios.
Vete primero a reconciliarte con tu hermano
Dios no quiere un corazón velado igual que nosotros no queremos una respuesta velada. De aquí nuestra necesidad de transformación, de salir de nuestra comodidad espiritual. El evangelista Mateo nos lo explica cuidadosamente con la enseñanza de Jesús sobre cómo acercarse a Dios (prolongación de las Bienaventuranzas). Jesús nos rompe los esquemas y nos hace ver que la lógica de Dios es la ofrenda de un corazón puro y limpio, no velado por la pelea y el enfrentamiento. Si queremos ser limpios de corazón, ¿cómo pedir paz a Dios cuando tenemos el pleito con el hermano?
Esto nos debería hacer pensar en cuántas veces nosotros somos leña del fuego de la guerra en el mundo, en cuanto que podemos ser combustible que lo aviva. Y, ¡no pensemos en grandes enfrentamientos! Basta con uno pequeño para que nuestro corazón esté velado, como la mente de los israelitas, o seamos capaces de ofrecer un presente a Dios que no provoque más que humo negro.
Nosotros hoy, como el salmista entonces, entonamos comunitariamente una oración de súplica pidiendo a Dios que riegue los campos de nuestro corazón para que Él habite en nosotros, a través del Espíritu de la libertad, y seamos capaces de dejarnos ser transformados y, así, poder ofrecer un mundo puro y limpio, como ofrenda, gracias a la predicación del Evangelio.
¿Cómo nos vamos transformando en imagen del Señor?
¿Cuáles son los conflictos que impiden que podamos realizar nuestra ofrenda a Dios?