Kupchan es profesor de asuntos internacionales en la Universidad de Georgetown e integrante sénior del Consejo de Relaciones Exteriores.
La guerra en Ucrania está escalando de manera peligrosa. Ucrania está avanzando en el campo de batalla y cada vez está más determinada a expulsar al ejército ruso. Mientras tanto, el Kremlin robustece a sus fuerzas diezmadas en el este de Ucrania, ataca con fuerza las ciudades y la infraestructura crítica del país e insinúa que podría usar armas nucleares. Por su parte, Estados Unidos y sus aliados se apresuran a enviar más armas a Ucrania, preparados, como declararon hace poco, las democracias del G7, para “mantenerse firmes con Ucrania durante el tiempo que sea necesario”.
Ucrania, con la ayuda de Occidente, ha hecho una defensa firme e inspiradora de su soberanía. Pero el riesgo de una guerra más extendida entre la OTAN y Rusia aumenta día a día, al igual que el riesgo de que las repercusiones económicas de una guerra prolongada debiliten la democracia occidental. Es hora de que Estados Unidos y sus aliados se involucren de manera directa en la definición de los objetivos estratégicos de Ucrania, en la gestión del conflicto y en la búsqueda de un fin diplomático.
Hasta ahora, Occidente ha hecho un trabajo admirable al mantener su nivel de intervención y riesgo en sintonía con los intereses en juego. El presidente Joe Biden ha acertado al afirmar que la defensa de Ucrania es una prioridad estratégica, pero no un interés vital. Por eso Estados Unidos está liderando el esfuerzo para proporcionar a los ucranianos los medios para defenderse, pero sin sumarse de forma directa a la lucha. Washington ha dejado que Kiev lleve la voz cantante, y ha enviado apoyo económico y militar mientras deja que Ucrania establezca sus propios objetivos de guerra y diseñe su propia estrategia militar.
No obstante, mantener la participación de Estados Unidos a un nivel proporcional a sus intereses se vuelve más difícil cada día a medida que la guerra se intensifica. Sí, las victorias de Ucrania en el campo de batalla constituyen reveses bienvenidos a la ambición depredadora del Kremlin. Pero, aunque todos los objetivos rusos son considerados juego limpio mientras Kiev lucha por su soberanía y territorio, las acciones ucranianas que aumentan sustancialmente el riesgo de escalada pueden ser imprudentes en lo estratégico. Para limitar el potencial de un conflicto más extenso entre la OTAN y Rusia, Washington necesita que Kiev sea más transparente en sus planes de guerra y que los funcionarios estadounidenses tengan más participación en el manejo de la guerra por parte de Kiev.
Ucrania ya llevó a cabo operaciones que han provocado que el presidente Vladimir Putin actúe de manera aún más imprudente. Las agencias de inteligencia estadounidenses creen que el atentado con coche bomba en las afueras de Moscú en agosto en el que murió Daria Dugina, la hija de uno de los ultranacionalistas más estridentes de Rusia, fue autorizado por partes del gobierno ucraniano. Luego, en octubre, un camión bomba derribó secciones del puente del estrecho de Kerch que conectaba Crimea con Rusia, y al parecer Ucrania lanzó ataques sobre la región rusa de Bélgorod, un área cercana a la frontera utilizada como punto de encuentro para las tropas rusas que se dirigen a Ucrania. El pasado fin de semana, los drones ucranianos atacaron barcos que pertenecen a la flota rusa del mar Negro cerca de la ciudad portuaria de Sebastopol, en la región de Crimea.
Al parecer, a Estados Unidos no se le advirtió sobre el coche bomba ni el ataque al puente y según los informes reprendió a Kiev por el asesinato de Dugina, preocupado por el hecho de que este tipo de actos pueden intensificar la guerra, pero tienen poco impacto en el campo de batalla.
Este puente es un objetivo militar legítimo; el gobierno ruso lo construyó tras la anexión ilegal de Crimea en 2014 y es una línea de suministro para las fuerzas rusas en Ucrania. Pero el puente también es de suma importancia simbólica y política para Putin, quien respondió con una campaña aérea de castigo contra los centros urbanos y los sistemas de energía y agua de Ucrania, y la amenaza de mayores dificultades para los ucranianos a medida que se acerca el invierno.
Estados Unidos evitó proporcionar sistemas de armamento que Kiev pudiera usar para golpear en lo más profundo de Rusia, lo que sugiere que Washington podría tener dudas sobre los recientes ataques a Bélgorod. Los funcionarios estadounidenses distanciarona Washington del ataque a los buques en las costas de Sebastopol que motivó a Putin a suspender de manera temporal un acuerdo alcanzado con la intermediación de las Naciones Unidas para exportar cereales ucranianos, una estrategia que puso en riesgo empeorar una crisis mundial de alimentos y aumentar aún más los precios de los alimentos.
Estados Unidos y sus aliados han hecho bien en ayudar a Ucrania a defenderse y deberían seguir haciéndolo. Pero también han hecho bien en actuar con prudencia para evitar la guerra con Rusia, al no enviar armas de largo alcance, abstenerse de enviar soldados de la OTAN a la zona de conflicto y rechazar la solicitud de Ucrania para que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea. A medida que el conflicto se va intensificando es necesario tomar un paso más para evitar la guerra entre la OTAN y Rusia: que Estados Unidos se involucre directamente en la planificación operativa de Ucrania.
El éxito de Ucrania en el campo de batalla también lleva a preguntarse hasta dónde pretende llegar Kiev. El presidente Volodímir Zelenski parece decidido a expulsar al ejército ruso de toda Ucrania, incluidos los territorios que Rusia ocupó en 2014, Crimea y una parte del Dombás. “Volveremos allí”, dijo Zelenski hace poco refiriéndose a Crimea. “No puedo decir con exactitud cuándo. Pero tenemos planes y regresaremos ahí, porque es nuestro territorio y nuestra gente”, declaró. Zelenski también renunció a la vía de la diplomacia con Rusia mientras Putin esté en el poder.
Los objetivos bélicos de Ucrania están moral y legalmente justificados, pero pueden no ser prudentes. En respuesta a los recientes avances ucranianos, Putin redobló sus ataques, en lugar de replegarse. Cuando anunció que se anexaría otra porción del este de Ucrania el 30 de septiembre, insistió en que quienes vivían en esa región “se convertirán en nuestros ciudadanos para siempre”.
Un conflicto que había sido sobre el futuro de Ucrania, se ha convertido para Putin en una lucha existencial por el futuro de Rusia: “El campo de batalla al que nos han llamado el destino y la historia es el campo de batalla por nuestro pueblo, por la gran Rusia histórica, por las generaciones futuras”, declaró.
Putin está aumentando las apuestas y arrinconándose. En consecuencia, la opción de usar un arma nuclear se vuelve realista si las fuerzas rusas son expulsadas en su totalidad del este de Ucrania y Crimea. Si Putin cruza la línea nuclear, es casi seguro que la OTAN se involucre directamente en la guerra, con la posibilidad de una escalada nuclear.
Las victorias ucranianas en el campo de batalla podrían ir demasiado lejos. Si la defensa de Ucrania no merece que Estados Unidos pise el terreno, entonces que todo el Dombás y Crimea vuelvan a estar bajo control ucraniano no justifica el riesgo de una nueva guerra mundial. Rusia ya sufrió una derrota estratégica decisiva, aunque no completa, en Ucrania. Dados los avances de Ucrania en el campo de batalla, es comprensible que Kiev y sus aliados de la OTAN se sientan tentados a intentar vencer a Rusia y restaurar la plena integridad territorial de Ucrania. Pero los esfuerzos de Putin para someter a Ucrania ya fracasaron y buscar la derrota total de Rusia es una apuesta innecesaria.
Estados Unidos y sus aliados también deben preocuparse por la creciente amenaza económica y política que supone una guerra larga para la democracia y la solidaridad en Occidente. Hasta ahora, la comunidad trasatlántica ha demostrado una notable unidad y determinación en el apoyo a Ucrania, pero el poder de resistencia de Occidente puede ser frágil.
La Guerra Fría original se dio cuando Occidente era sano en lo político, gozaba de una amplia prosperidad compartida y estaba anclado en el centrismo ideológico. Hoy, las sociedades democráticas en ambos lados del Atlántico enfrentan polarización política, presión económica y extremismo ideológico. A pesar del regreso de la rivalidad militar con Rusia y la mayor competencia con China, Estados Unidos y sus aliados democráticos en Europa siguen amenazados por el populismo antiliberal y por ciudadanos enfadados y divididos.
Las dislocaciones económicas ocasionadas por la guerra están intensificando las amenazas internas a la democracia occidental y tensionan la solidaridad del apoyo a Ucrania. La inflación creciente y las recesiones que se avecinan tienen el potencial de producir efectos políticos tóxicos.
Con el trasfondo del aumento de los precios, los republicanos parecen dispuestos a hacerse con el control de la Cámara de Representantes en las elecciones de medio mandato. Es probable que las filas de una nueva mayoría republicana en el Congreso incluyan un creciente número de representantes procedentes del ala republicana del “Estados Unidos primero”. Puede que las posturas sobre la guerra de Ucrania de J. D. Vance, el candidato republicano de Ohio al Senado, sean emblemáticas de lo que viene. “En realidad no me importa lo que ocurra en Ucrania”, dijo Vance en una entrevista en febrero. Aunque después retiró lo dicho e insistió en que “queremos que los ucranianos tengan éxito”. Vance no es el único que repara en el costo del apoyo a Kiev; Kevin McCarthy, el líder de la minoría de la Cámara de Representantes, dijo hace poco que no puede haber un “cheque en blanco” para Ucrania si los republicanos ganan el control de la Cámara.
Los europeos se dirigen al invierno con aumentos importantes en los precios de la energía y una posible escasez de gas. Una coalición de extrema derecha que incluye voces a favor de Rusiaacaba de llegar al poder en Italia después de contender con una campaña centrada en los costos de los energéticos y la inflación. En Alemania y Francia, por ahora se mantiene el centro político. Pero se han abierto fisuras en el gobierno alemán por el suministro de armas pesadas a Ucrania, los fabricantes alemanes se enfrentan a facturas energéticas insostenibles y Francia se ve sacudida por huelgas laborales y protestas masivas por el aumento del costo de la vida. Este es terreno fértil tanto para el populismo iliberal como para la escisión del consenso trasatlántico sobre hacer frente a la agresión rusa en Ucrania.
Más pronto que tarde, Occidente tiene que hacer que Ucrania y Rusia pasen del campo de batalla a la mesa de negociaciones, para mediar un esfuerzo diplomático que ponga fin a la guerra y llegue a un acuerdo territorial. Un posible acuerdo entre Rusia y Ucrania tendría dos componentes principales. Primero, Ucrania tendría que desistir de su intención de ingresar a la OTAN, un objetivo que durante años ha provocado una fuerte oposición rusa. Rusia tiene preocupaciones legítimas de seguridad con respecto a que la OTAN se instale al otro lado de su frontera de 1600 kilómetros con Ucrania. La OTAN puede ser una alianza defensiva, pero aporta un poder militar agregado que Moscú, de manera comprensible, no quiere cerca de su territorio.
Ucrania continuaría recibiendo armas y apoyo económico de Occidente y trabajando para ingresar a la Unión Europea, pero adoptaría formalmente el estatus de neutralidad que adoptó tras separarse de la Unión Soviética en 1991. A principios de la guerra, el propio Zelenski sugirió que la neutralidad ucraniana podría ser parte de un acuerdo de paz con Rusia.
En segundo lugar, la parte más difícil, Moscú y Kiev tendrían que llegar a un acuerdo territorial. Un punto de partida razonable para las negociaciones sería aspirar a una retirada rusa a la “línea de contacto” que existía antes de que comenzara la invasión rusa en febrero. La diplomacia podría entonces centrarse en la disposición final de Crimea y la parte del Dombás que Rusia ocupó en 2014. Ambas partes tendrían que hacer concesiones: Moscú, abandonar su intención anunciada en fechas recientes de anexar una porción importante del este de Ucrania, y Kiev, conformarse con un resultado que podría suponer menos que recuperar todo su territorio.
Aunque es posible que dichas negociaciones no logren un acuerdo de paz, hacer la transición de la guerra a la diplomacia ofrece la esperanza de poner fin a la matanza y la destrucción, contener el creciente riesgo de una guerra más amplia entre Rusia y la OTAN, y reducir el daño a la economía mundial y la resistencia democrática en ambos lados del Atlántico. Los esfuerzos de Washington por negociar un acuerdo de este tipo también abrirían un canal de comunicación con Moscú, lo cual revertiría la peligrosa caída del contacto directo entre Estados Unidos y Rusia desde que comenzó la invasión de Ucrania en febrero.
Los crecientes riesgos a los que se enfrenta Occidente en Ucrania exigen que Estados Unidos y sus socios de la OTAN se comprometan más en la gestión de la guerra y en la preparación de su final. Desde Vietnam hasta Afganistán e Irak, Estados Unidos ha asumido compromisos estratégicos que no estaban justificados por los intereses en juego. Ayudar a Ucrania a defenderse merece un esfuerzo bastante importante, pero no uno que conduzca a la Tercera Guerra Mundial o fracture la democracia occidental.
Charles A. Kupchan, un profesor de asuntos internacionales de la Universidad de Georgetown e investigador sénior del Consejo de Relaciones Exteriores, acaba de publicar su libro Isolationism: A History of America’s Efforts to Shield Itself From the World.