Cada año visitaba a su hermano en el monasterio. Y siguiendo sus huellas mediante la regla de San Benito, decide a temprana edad, dedicar su vida Santa Escolástica a la oración y al trabajo en comunidad de vida cristiana en torno a la Eucaristía.

Las apetencias del mundo nunca se sacian. La necesidad de afecto a la propia persona aplastan y amargan la existencia misma.

En cambio, el paso a la tranquilidad y el agradecimiento por tantos y tantos favores recibidos e inmerecidos se producen por la decisión de emplearse por entero en servir a los demás al cuidar de sus vidas.

¡Este es el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo en el diario vivir!.

La hermana del Padre de la vida consagrada de occidente muere antes. Santa Escolástica fue sepultada y venerada en la tumba que su hermano se preparó para la hora de su propia muerte.

Los dos hermanos vivieron en plenitud y marcaron para todos los tiempos el estilo propio de toda cultura cristiana.