La Virgen María, Madre de la Divina Misericordia, enseñó a Santa Faustina a descubrir a Jesús en el interior de su alma al recibir la Santa Comunión: “Hija mía, procura ser mansa y humilde para que Jesús que vive continuamente en tu corazón pueda descansar. Adóralo en tu corazón, no salgas de tu interior” (Diario 785). El alma que comulga se convierte en el lugar de la adoración perpetua al Señor Sacramentado que quiere que reine dónde habita su paz, la estabilidad y las fuerzas para entregarnos aun más a la vocación por la cual Dios nos dió la vida.