Por Liza Collado
No es una estrategia nueva, la oposición a los partidos históricamente proviene de distintas fuentes, esas que los perciben como un instrumento de innovación democrática que amenaza el poder de una elite que esta afianzada en su posición social.
Esta fuente de oposición a los partidos esta dirigida por grupos que aceptan la participación, pero sin la necesidad de organizarla como tradicionalmente se ha hecho. Rousseau en sus planteamientos de la democracia directa, afirma que el oponente populista no acepta las estructuras intermedias entre los dirigentes políticos y el pueblo, apostando a una democracia sin partidos.
Una cantidad importante de autores y analistas políticos en todo el mundo, sostienen que los países con instituciones políticas tradicionales desarrolladas tienen mayores posibilidades de alcanzar un plano superior de participación; las organizaciones políticas son determinantes para el sistema democrático y necesarias para estructurar y organizar esa participación ampliada. El problema no es de los partidos propiamente, sino de sus actores.
Para la década del 1960 en países como México los campesinos manifestaron muy bajos niveles de integración, no obstante, buscando afrontar este hecho su amplia capacidad partidaria fue mayor que el de la dictadura no institucionalizada vivida en Paraguay. La historia nos revela que sociedades como Arabia Saudita, Etiopia o Libia fueron presuntivamente más inestables en el período al que hago referencia.
En la misma fecha, lo que debió afrontar el sistema político norteamericano respecto de que se asimilara la minoría negra, no fue muy distinto a lo que enfrentaron los sistemas político-partidarios de aquellos países que buscaban la modernización de sus instrumentos democráticos.
Debo aclarar que estoy de acuerdo con que exista un segmento “apartidista” de la sociedad que se preocupe por cuestionar el poder, sus dinámicas y desigualdades, eso es parte del balance; lo que me parece muy peligroso es que, en procura de ello, se desacredite el papel de los dirigentes políticos y que esto se haga con el consentimiento de quienes llegaron a través de la actividad política.
En todas las actividades sociales existe gente digna, verdaderamente comprometida con una cultura de legalidad, sin simulaciones; utilizar plataformas de redes sociales como Twitter para estimular la toxicidad, el descrédito y polarizar el debate, en nada ayuda a la relación solidaria y progresista que debe existir entre todos los dominicanos.
Hoy en día ya no es un secreto que organizaciones y movimientos “independientes” han usado sus plataformas de influencia para alcanzar esferas de poder, lo que es válido, no obstante, se han preguntado ¿a quienes responden ellos? En ese reparto de poder, ¿a quienes verdaderamente se lo estamos entregando? ¿Quiénes los financian? Entre muchas otras preguntas.
Las transformaciones personales, sociales o institucionales están interrelacionadas, son nuestras acciones y decisiones ciudadanas las que pueden reforzar o erradicar todo aquello que hoy se le critica a los dirigentes políticos.
Podríamos enlistar los nombres de quienes representan la nueva generación política en la República Dominicana, de todos los partidos, y si vemos sus perfiles con detenimiento una importante mayoría expresa en sus acciones otra visión de la gestión pública, con coherencia e integridad.