Horas después de que una camioneta atropellara a varias personas en una ciclovía de Manhattan el martes, los estadounidenses volvieron a debatir sobre algunas de las preguntas que dividen a esa sociedad que cada vez está más polarizada: ¿cuándo se puede decir que un ataque es terrorismo?
Hace un mes, cuando un hombre abrió fuego contra el público de un concierto en Las Vegas, acción con la que asesinó a decenas e hirió a cientos de personas, el ataque no fue calificado de forma generalizada como un acto de terrorismo. Pero esa etiqueta se usó de inmediato para describir el ataque del martes en el que murieron ocho personas, lo cual detonó otra ronda en el feroz debate nacional.
En la superficie, esto podría considerarse como una cuestión que se relaciona directamente con la motivación. El terrorismo se define como un ataque contra civiles para asustar a una comunidad más grande con propósitos políticos.
Sin embargo, la nueva generación del terrorismo islámico, perpetrado por individuos que dicen inspirarse desde lugares lejanos, ha borrado las distinciones entre terroristas e individuos perturbados que actúan por cuenta propia. Lo mismo ha sucedido con quienes ejecutan tiroteos masivos y dan señales tanto de sufrir una enfermedad mental como de apegarse a causas ideológicas ambiguas.
Como resultado, el terrorismo a menudo está en la mirada del espectador, y se determina tanto por el atacante como por la comunidad que se vuelve blanco de las acciones, la cual debe decidir si el ataque representa una amenaza más amplia que requiere una respuesta.
Entonces, cada acción detona un acalorado debate en torno a los problemas relacionados con el control de armas, la inmigración o la tolerancia religiosa —algunos de los problemas que más dividen al país— litigado en un momento de presión nacional.
Para algunos estadounidenses, generalmente los de la izquierda, el ataque de Las Vegas representó el terrorismo de leyes de armas que deben revisarse.
Clasificar el ataque de Las Vegas como terrorismo podría significar clasificar las armas como amenazas nacionales que requieren una respuesta. La derecha consideraría que eso es un intento de afectar a los propietarios de armas y a los conservadores.
Muchos en la derecha consideran que los ataques como el de Nueva York, encabezado por un hombre de Uzbekistán que gritó “Allahu akbar” (“Dios es grande” en árabe), se originan de una amenaza más amplia de la inmigración musulmana sin control. Si es un acto de terrorismo, como lo han definido el alcalde Bill de Blasio y otros, entonces el atacante no puede ser desestimado como un individuo perturbado.
Más de 16 años después de los ataques del 11 de septiembre, muchos estadounidenses, particularmente de izquierda, están cuestionando la disposición con la que los individuos musulmanes se definen como terroristas mientras que quienes no lo son se califican de “tiradores masivos”.
Aunque la etiqueta sea apropiada en casos individuales, dicen, la inconsistencia indica una tendencia a considerar que los musulmanes son parte de un grupo hostil que busca afectar Estados Unidos desde adentro y los asesinos blancos son una especie de excepciones.
Debido a que los asesinatos masivos son momentos de terror público, esta no es un área en la que muchas personas se pongan de acuerdo con facilidad. Podría parecer que las distintas respuestas imponen una jerarquía de víctimas, en la que quienes fueron asesinados por un tipo de atacante se consideran más importantes que otros, así como una jerarquía de perpetradores, clasificada por quienes son vistos como una amenaza mayor.
Lo que puede parecer un simple asunto de definición rápidamente se divide entre distintas facciones que argumentan a favor de la prioridad de su propia cosmovisión, en un momento en el que eso parece al mismo tiempo más urgente y menos apropiado.
Cada ataque profundiza estas divisiones. Los sucesos provocan terror visceral para muchos, y pueden parecer evidencia de que sus peores miedos se están volviendo realidad, y que la otra mitad de la sociedad está conspirando para hacer que no estén seguros al rehusarse a reconocer la amenaza.
Después del ataque en Nueva York del martes, el presidente Donald Trump publicó una serie de tuits que ligaron al conductor con la política migratoria. Dijo que él le había ordenado al Departamento de Seguridad Nacional que “aumentara nuestro programa de prohibiciones extremas”, e hizo un llamado para terminar con un programa de lotería de visas por diversidad para inmigrantes.
“Ser políticamente correcto está bien, ¡pero no en este caso!”, escribió.
Los de la izquierda, particularmente a quienes les preocupan los crecientes ataques contra los musulmanes, se inquietan por un intento de marginalizar aún más a los musulmanes estadounidenses en un momento en el que son especialmente vulnerables.
“Un hombre grita ‘Allahu akbar’ y asesina a personas. Los medios gritan: ¡Terrorismo!”, escribió en Twitter Nathan Lean, el autor de un libro sobre la islamofobia. “Un hombre blanco asesina a 56 personas en Las Vegas con armas de combate. Los medios no dicen nada”.
Estos debates se han hecho especialmente polémicos desde 2015, cuando Dylann Roof, un hombre de Carolina del Sur que había defendido públicamente la supremacía blanca, asesinó a nueve personas en una iglesia de mayoría negra en Charleston.
El movimiento de Black Lives Matter había pasado dos años haciendo campaña contra la violencia que sufren las personas de raza negra en Estados Unidos, especialmente quienes son asesinados por la policía. El ataque de Roof, argumentaron, demostró la amenaza que enfrentan estas personas.
Muchos sostenían que si el terrorismo islamista había inspirado movilizaciones nacionales y cambios drásticos de políticas, también la violencia contra las personas de raza negra debería hacerlo. Además, el crimen pareció ajustarse perfectamente a la definición legal de terrorismo.
Ese argumento expresa las crecientes preocupaciones de la izquierda acerca de que la palabra “terrorismo” ahora tiene una carga racial y religiosa, y se utiliza principalmente para describir ataques por parte de musulmanes contra no musulmanes.
Esto formó parte del gran debate sobre si a algunas víctimas de terrorismo se les otorgaba más protección que a otras con base en quién los atacó o por qué, y si los políticos entendían ciertas formas de terrorismo.
Cuando en 2009 se filtró un informe del Departamento de Seguridad Nacional acerca de la violencia de la extrema derecha, provocó acusaciones de que los demócratas estaban persiguiendo a los conservadores. El informe fue retirado y la oficina que lo había redactado se desmanteló silenciosamente.
El mismo año del ataque de Roof, la campaña presidencial de Trump ganó terreno gracias a un argumento distinto de que las políticas de identidad habían provocado que se desestimaran ciertas formas de terrorismo. En una declaración de campaña, Trump hizo un llamado a favor de “una prohibición de entrada a Estados Unidos total y completa para los musulmanes” con tal de protegerse de “la gente que solo cree en la yihad y no tiene razonamiento ni respeto por la vida humana”.
Así, definir el terrorismo se ha convertido en otra manera de debatir quién pertenece a la discusión y qué preocupaciones importan en un momento de peligro, cuando escuchar es más difícil y gritar parece ser necesario. Eso se ha convertido en el vehículo perfecto para la creciente tendencia entre los estadounidenses de considerar a los oponentes políticos no solo como ciudadanos con los que no están de acuerdo, sino como amenazas a su seguridad y protección.
Esa es una receta para una mayor polarización y hostilidad en un momento en el que los estadounidenses ya están peligrosamente divididos.
Fuente: NY Times