Resulta amplio el material del que se dispone, cuando se busca poner en balanza el impacto que han tenido las políticas emprendidas por Donald Trump en materia de exterior y comercial, tras su llegada al Despacho Oval. Lo interesante del caso es que, en su mayoría, dichas medidas han tendido a un proteccionismo que nada a contracorriente, y atenta contra algunos de los más emblemáticos logros de la globalización.
Entre las víctimas más relevantes de los recurrentes ataques del mandatario estadounidense, está el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) o NAFTA como se le conoce en inglés, que incluye a México, Canadá, y Estados Unidos. Esta zona libre de aranceles fue creada en 1994, con la intención de fomentar la producción multinacional, amplio acceso a los mercados, el abaratamiento de productos, estimular el empleo, entre otros.
Para poder valorar la dimensión del acuerdo bastaría recordar que, antes del mismo, el comercio entre las tres naciones alcanzaba apenas los US$20,000 millones de dólares, cifra que pasó a más de un billón de dólares en la actualidad. De esa cantidad más de la mitad (US$579,000 millones) corresponden al comercio bilateral de México y Estados Unidos, lo que genera 1.2 millones de empleos de los 5 millones que dependen del TLCAN en EE.UU.
Sin embargo nada de eso parecía importar a Trump, quien desde la campaña electoral amenazaba con acabar con el Tratado, al cual denunciaba como uno de los principales culpables de los males de su país, atribuyéndole desventajas competitivas en perjuicio de Estados Unidos. A pesar de ello, Washington comenzó a mostrar cierta ambivalencia en torno a la idoneidad o no de mantener el acuerdo, cambiando su posición respecto al TLCAN en varias ocasiones, apelando en última instancia a la necesidad de renegociar.
Llegado a este punto y con la disposición de Canadá y México de buscar una salida consensuada al tranque, se inició en agosto del 2017 una ronda de negociaciones que se extendería hasta el presente año, donde Trump puso sobre la mesa ciertas condiciones que resultaban inaplicables para sus pares. Entre estas destacaban la regulación del valor de las monedas, aplicación de aranceles, nuevas reglas para dirimir los conflictos, posibilidad de renegociar el acuerdo cada cierto tiempo y reducir al mínimo el déficit comercial con México, que ronda los US$71,000 millones de dólares.
Como era de esperar, tanto México como Canadá se mostraron renuentes a dichas condiciones, partiendo del hecho de que tales exigencias ponían en riesgo sectores sensibles como la industria automotriz, que en el caso de México se ha desarrollado enormemente gracias a la mano de obra barata. De hecho, la brecha salarial existente entre los trabajadores mexicanos en comparación con sus vecinos del norte, es un punto en el que autoridades canadienses y de Estados Unidos opinan igual, ya que mientras un obrero automotriz estadounidense devenga un salario de US$26.19 por hora, en México ronda los 2.36 dólares por hora (el más bajo de la OCDE).
No obstante los intereses encontrados, que hasta mediados de este año tenían en punto muerto los aprestos por un acuerdo para salvar el TLCAN, la elección de Andrés Manuel López Obrador como nuevo presidente de México pareció dar un giro de 360 grados a las relaciones bilaterales con Washington, evidenciando una inesperada cercanía con Trump que ahora rinde grandes frutos. El acercamiento entre AMLO (como se le conoce popularmente a López Obrador) y el presidente estadounidense ha quedado evidenciado en el intercambio de elogios y correspondencias, donde ambos muestran su voluntad de revertir las deterioradas relaciones.
Tal empatía no ha dejado de generar fricciones del lado mexicano, donde la población y clase política detestan la figura de Trump, un sentimiento que AMLO explotó con vehemencia un año y medio atrás cuando realizó una gira por Estados Unidos para defender a los migrantes mexicanos y responder a la política “xenófoba” de Washington, a la que comparó con el trato que los nazis daban a los judíos. El cambio en su discurso entonces puede responder a una estrategia bien pensada de cortejar a Trump, quien gusta de los elogios y culto a la personalidad, para alcanzar objetivos favorables a México.
En efecto, una vez establecidos los contactos, delegaciones de ambos países avanzaron notablemente las negociaciones y alcanzaron un acuerdo preliminar anunciado por los mandatarios de ambas naciones (Enrique Peña Nieto en el caso de México), que sin embargo deja fuera a Canadá de manera provisional. La ausencia de esta última tomó un giro preocupante tras el anuncio del presidente estadounidense, de que busca cambiarle el nombre al Tratado, al tiempo que mostró poco interés por la ausencia del gobierno canadiense.
Entre los puntos armonizados están la firma de un nuevo acuerdo que ha de durar 16 años, con revisión periódica cada 6 años; establecimiento de un mínimo salarial de US$16.00 por hora en la industria automotriz; el aumento del porcentaje de piezas que deben ser fabricadas donde los países pertenecientes al tratado; y la adopción de normas laborales que vayan conforme lo establece la Organización Mundial del Trabajo (OMT).
Se ha especulado que la exclusión de Canadá de las conversaciones es el resultado de una estrategia, que a pesar de dejar abierta la posibilidad de acuerdos bilaterales en tres vías, en el fondo busca forzar al gobierno canadiense a someterse a lo acordado entre México y Estados Unidos si no quiere quedar fuera. El mandatario canadiense, Justin Trudeau, ha tomado en serio las amenazas que implica la exclusión de su país, sobre todo por las medidas de los últimos meses adoptadas por Washington en contra de Canadá, como es la aplicación de aranceles por un 25% al acero y un 10% al aluminio.
Desde entonces el pueblo canadiense articulado en torno a su mandatario, ha buscado afianzar su posición y demandar un trato más equitativo por parte de Estados Unidos, a pesar de que Ottawa tiene pocas alternativas fuera del acuerdo, pero sin Canadá la industria automotriz simplemente no sería competitiva por falta de aluminio y acero barato. A pesar de ello, actualmente hay una comisión canadiense en la capital de Estados Unidos estudiando los pormenores del acuerdo.
Lo que si podemos anticipar es que, aunque Trump puede ver como una victoria el arribar a un acuerdo con México y condicionar la inclusión forzosa de Canadá, resulta muy poco probable que el Congreso estadounidense (próximo a unas elecciones en noviembre) apruebe un nuevo tratado que afecte las bondades del TLCAN.
Fuente: Franklin Rodríguez