Oleg Yasinsky
Hablar de hambre en el mundo se convirtió casi que en un tema protocolar obligatorio para cualquier evento internacional con pretensión de algún grado de relevancia. Las estadísticas anuales sobre niños muertos de hambre en países perdidos en los mapas más parecen a los informes meteorológicos, que suponen no más que cuidado y resignación.
El 15 de noviembre del año pasado, a pesar de nuestras guerras, epidemias, deterioro de la salud pública y la arremetida de los fondos privados de pensiones, llegamos a ser más de 8.000 millones. Según los diferentes cálculos de los organismos competentes, nuestra capacidad productiva actual, considerando los avances científicos y las tecnologías existentes, sería capaz de alimentar casi al doble o más, o sea de 12 a 18 mil millones de personas. Obviamente, poniendo a la ciencia y a la política al servicio del ser humano, cosas incompatibles con la lógica cavernícola del mundo neoliberal. Esta otra lógica se refleja ahora en el discurso de algunos defensores del «planeta sustentable» (sustentable antes que nada para las corporaciones que financian su difusión del concepto «sustentable»). Así, por ejemplo, según la revista británica Nature Sustainability, el planeta, para no perder su equilibrio biológico natural, no puede alimentar a más de 3.400 millones de sus habitantes, los demás atrevidos a nacer derechamente sobramos para esta pastoral del poder.
Las realidades del hambre, más allá de lo escalofriante de sus cifras, suelen permanecer en la periferia de los medios, sacándolas solo cuando al poder, en su oportunismo político, le conviene, cuando necesita acusar a otros que son «los malos» y mostrar su «preocupación», precisamente esos mismos que son los principales responsables de tal horror.
Según la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, en 2021 cerca de 828 millones de personas pasaban hambre en el mundo,46 millones de personas más que el año anterior y 150 millones más que en 2019. Era cerca de un 10 % de la población mundial de entonces. Con eso, conforme a los datos de la misma fuente, «alrededor de 2300 millones de personas en el mundo (29,3 %) se encontraban en situación de inseguridad alimentaria moderada o grave en 2021». Según el Informe Mundial sobre las Crisis Alimentaria, la gravedad de la inseguridad alimentaria aguda aumentó del 21,3 % en 2021 al 22,7 % en 2022, y sigue con una clara tendencia al deterioro a nivel global.
Falta solo agregar que, según el índice de desperdicio de alimentos publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en 2021, en el mundo cada año se desperdicia el 17 % del total de alimentos, que son aproximadamente 931 millones de toneladas.
El hambre es un instrumento de guerra muchas veces más eficiente que las bombas, varias veces usado en la historia.
Podemos recordar ciudades sitiadas por los ejércitos medievales, el bloqueo de Leningrado por el fascismo hitleriano y cientos de «sanciones» aplicadas contra las naciones rebeldes por los imperios de nuestros tiempos. El hambre y la escasez impuestas desde afuera son la herramienta más cobarde del agresor, ya que siempre es un castigo colectivo con el fin de generar una desesperación interna, un descontento social para derrotar a la autoridad local independiente y luego obtener una conducta mansa y sumisa cumpliendo las órdenes del vencedor a cambio de un pedazo de pan.
Como el hambre, la pobreza y la ignorancia extremas en muchos países del «tercer mundo» son un gran negocio para sus élites económicas y políticas, de igual forma, en el mundo son un pilar importantísimo del poder absoluto de sus élites globalizadas. El hambre endémica para cientos de millones de seres humanos en estos tiempos de milagros tecnológicos no tiene ningún origen natural. No son parte de un descuido o de la ineficiencia de los gobiernos, sino parte de un proyecto de dominio y control representado por el poder neoliberal planetario.
Obviamente, los medios que este poder controla nos presentarán a los responsables oficiales. Por ejemplo, a Rusia.
El 22 de junio de 2022 en Estambul, los representantes de Rusia, Turquía, Ucrania y la ONU firmaron un acuerdo sobre el levantamiento de las sanciones a los productos agrícolas rusos vinculados a la exportación de cereales ucranianos desde los puertos del mar Negro.
Se planeó que estos cargamentos serían entregados a los países en desarrollo con dificultades que están al borde de una crisis alimentaria. Esta infografía basada en datos de la ONU muestra quién recibió la mayor parte del grano exportado a través del corredor de transporte desde Ucrania.
Una de las justificaciones principales con la que a Rusia le pidieron participar en el «acuerdo de granos», fue para «salvar de una hambruna inminente» a los países más pobres. Veamos en esta lista a los beneficiarios reales y las prioridades. Recordemos también que a Ucrania le corresponde la producción solo de un 5 % del trigo mundial, mientras que, por ejemplo, a Rusia, representa un 20 %.
Después de más de un año de incumplimiento de todos los puntos del acuerdo por parte de los participantes occidentales (una vez más, la misma historia), Rusia puso fin al acuerdo y ofreció a los países más pobres entre 25 y 50 mil toneladas de grano a cada uno gratis puestos en sus puertos. El «mundo civilizado» puso el grito en el cielo.
Al señor António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, organismo que tanto ha luchado contra la injusticia, las desigualdades sociales, el hambre, las guerras, y sobre todo contra los bloqueos económicos a los países malvados con gobiernos inauditos y pueblos merecedores de miserias, la oferta rusa de donarle a África vastas toneladas de granos le pareció solo «un puñado de donativos».
Así «no se va a corregir el impacto dramático (de la subida de precios de los cereales) que afecta a todo el mundo en todas partes». Porque como este organismo lleva tantos años «corrigiendo» perfectamente el hambre en todos los continentes, tiene todo el derecho a cuestionar tal regalo, ¿quizás sea porque lo recibe el continente «negro»?.
Agregó además que «sacar del mercado millones y millones de dólares en grano conduce a precios más altos de lo que sería con un acceso normal del grano ucraniano al mercado internacional. Este impacto lo va a pagar todo mundo, y concretamente los países en desarrollo y las poblaciones más vulnerables», haciendo votos por restablecer el acuerdo de granos. Ese mismo que durante más de un año incumplieron ante Rusia. ¿Un acuerdo? La ONU es garante de acuerdos que nadie cumple, ni ellos mismos.
Es tiempo de que el señor Guterres se quite la camiseta de Monsanto u otras corporaciones. A los pacifistas les preguntamos: ¿cómo puede ser posible la paz del mundo si adquirimos un compromiso, damos la palabra y luego nadie la cumple?
Incontables ejemplos de conflictos donde los acuerdos no fueron respetados. El mundo sin leyes ni palabra ni credibilidad se vuelve el infierno mismo. Del resto, ni hablar…
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Fuente: actualidadrt.com