Paul Landis fue un agente del Servicio Secreto que estuvo a metros de John F. Kennedy cuando fue asesinado. Su relato podría cambiar la comprensión de lo que pasó en Dallas en 1963.
Aún recuerda el primer disparo. Por un instante, de pie en el estribo del automóvil que formaba parte de la comitiva, albergó la vana esperanza de que solo hubiera sido un petardo o un neumático reventado. Pero conocía las armas, así que sabía que no era así. Entonces vino otro disparo. Luego otro. Y el presidente se desplomó.
Muchísimas noches después de lo ocurrido, volvió a vivir ese momento horripilante en sus sueños. Ahora, 60 años después, Paul Landis, uno de los agentes del Servicio Secreto que estaban a unos cuantos metros del presidente John F. Kennedy aquel fatídico día en Dallas, cuenta su historia a detalle por primera vez. Y al menos en un aspecto clave, su relato difiere de la versión oficial y podría hacer que cambie lo que se cree que ocurrió en Dealey Plaza.
Landis ha pasado la mayor parte de los años transcurridos huyendo de la historia, en el intento de olvidar ese momento inolvidable grabado en la conciencia de una nación en duelo. El recuerdo de la explosión de violencia y la carrera desesperada hacia el hospital y el devastador vuelo a casa y el desgarrador funeral con John Jr. saludando a su padre caído: todo fue demasiado, demasiado tortuoso, hasta tal punto que Landis dejó el Servicio Secreto y Washington detrás.
Hasta que finalmente, después de que las pesadillas habían pasado, pudo pensar en ello de nuevo. Y pudo leer sobre ello. Y se dio cuenta de que lo que había leído no estaba del todo bien, no era como lo recordaba. Resulta que, si sus recuerdos son correctos, la tan discutida “bala mágica” puede no haber sido tan mágica después de todo.
Su recuerdo contradice la teoría presentada por la Comisión Warren que ha sido objeto de tanta especulación y debate desde hace años: que una de las balas dirigidas a la limusina del presidente no solo impactó a Kennedy sino también al gobernador de Texas John Connally, que iba con él, en varias partes.
El relato de Landis, contenido en una autobiografía que está por publicarse, cambiaría significativamente la narrativa de uno de los días más sobrecogedores en la historia moderna de Estados Unidos. Quizá no tenga ninguna otra repercusión, pero también podría alentar a quienes no han dejado de sospechar que había más de un hombre armado en Dallas el 22 de noviembre de 1963, al añadir nuevos elementos a uno de los misterios perdurables del país.
Al igual que todas las historias relacionadas con el asesinato, su relato genera cuestionamientos particulares. Landis guardó silencio 60 años, lo que ha alimentado las dudas incluso de su antiguo compañero del Servicio Secreto, y los recuerdos pueden ser engañosos, aun cuando la persona dice con toda sinceridad estar segura de lo que recuerda. Algunos elementos de su relato contradicen las declaraciones oficiales que presentó ante las autoridades inmediatamente después del tiroteo, y no es posible reconciliar fácilmente algunas de las implicaciones de su versión con el registro existente de los hechos.
Pero él estuvo allí, testigo de primera mano, y es raro que surjan nuevos testimonios seis décadas después del hecho. Landis nunca ha suscrito teorías conspirativas y subraya que no las promueve ahora. A sus 88 años, dijo, lo único que quiere es contar lo que vio y lo que hizo. Dejará que todos los demás saquen conclusiones.
Una de las razones por las que los investigadores llegaron a esa conclusión es que la bala se recuperó en una camilla que se cree se usó para atender a Connally en el Hospital Parkland Memorial, así que supusieron que había salido de su cuerpo mientras intentaban salvar su vida. Pero Landis, que nunca fue entrevistado por la Comisión Warren, señaló que eso no fue lo que pasó.
Cuando vio la bala después de que la caravana llegó al hospital, dijo que la había tomado para evitar que se la llevara alguien interesado en tener un recuerdo. Luego, por razones que aún le resultan confusas, dijo que entró en el hospital y la colocó junto a Kennedy en la camilla del presidente, pues supuso que podría ayudar a los médicos a determinar qué había ocurrido. Ahora supone que, en cierto momento, las camillas quedaron juntas y la bala se rodó de la camilla en que estaba a la otra.
“No había nadie allí para vigilar la escena, y eso fue una gran molestia para mí”, dijo Landis. “Todos los agentes que estaban allí estaban enfocados en el presidente”. Se estaba reuniendo una multitud. “Todo esto estaba sucediendo muy rápido. Y simplemente tenía miedo de que fuera una prueba, de lo que me di cuenta de inmediato. Muy importante. Y no quería que desapareciera ni se perdiera. Entonces fue: ‘Paul, tienes que tomar una decisión’, y la tomé”.
La teoría de Landis es que la bala alcanzó a Kennedy en la espalda, pero por alguna razón no tenía suficiente carga y no penetró profundamente, por lo que volvió a salir antes de que sacaran el cuerpo del presidente de la limusina.
Landis no ha querido especular acerca de las implicaciones a mayor escala. Siempre creyó que Lee Harvey Oswald era el único hombre armado.
¿Pero ahora? “En este punto, empiezo a dudar de mí mismo”, dijo. “Ahora he comenzado a preguntarme si fue así”, dijo. Hasta ahí está dispuesto a llegar.
Originario de Ohio e hijo de un entrenador deportivo universitario, Landis no parece un agente de seguridad fanfarrón. Tuvo que estirarse para cumplir con el requisito de altura de 1,72 metros cuando se unió al servicio, y no podría hacerlo más. “Soy demasiado pequeño ahora”, dijo, para triunfar en la agencia actual. Es tranquilo y modesto, vestido con abrigo y corbata para una entrevista, con el pelo gris cuidadosamente recortado. Tiene algunos problemas para oír y habla en voz baja, pero su mente está clara y sus recuerdos son estables.
En años recientes, relató su historia a varias personalidades clave, como Lewis Merletti, exdirector del Servicio Secreto. James Robenalt, abogado de Cleveland y autor de varios libros de historia, ha investigado a fondo el asesinato y ha ayudado a Landis a procesar sus recuerdos.
“Si lo que dice es cierto, y me inclino a pensar que es así, es probable que se vuelva a plantear la interrogante sobre un segundo hombre armado, o más”, opinó Robenalt. “Si la bala que conocemos como la ‘bala mágica’ o prístina se detuvo en la espalda del presidente Kennedy, significa que la tesis central del informe Warren, la teoría de la bala única, está equivocada”. Así que, si otra bala impactó a Connally, añadió, entonces parece posible que no haya sido de Oswald, pues opina que no podría haber recargado tan rápido.
Merletti, que ha sido amigo de Landis durante una década, no estaba seguro de qué creer sobre su relato. “No sé si esa historia es cierta o no, pero sí sé que los agentes que estaban allí ese día estuvieron atormentados durante años por lo que pasó”, dijo en una entrevista.
Merletti puso en contacto a Landis con Ken Gormley, presidente de la Universidad de Duquesne y prominente historiador presidencial, quien le ayudó a encontrar un agente para su libro. Gormley comentó que no le sorprende que un agente traumatizado haya aparecido años después, ya que ha visto en casos legales declaraciones tardías de alguien que va a morir.
“Es muy común, conforme las personas se aproximan al final de su vida”, dijo Gormley. “Quieren poner sobre la mesa cosas que han guardado, en especial si es parte de la historia y quieren que se corrija la información. No parece que sea un truco de alguien que quiere llamar la atención o ganar dinero. No lo interpreto así para nada. Pienso que él cree firmemente en esto. Si encaja o no, no lo sé. Pero la gente puede llegar a averiguarlo”.
El relato de Landis difiere en un par de puntos de dos declaraciones por escrito que presentó en las semanas posteriores al tiroteo. Además de que no mencionó haber encontrado la bala, dijo haber escuchado solo dos disparos. “No recuerdo haber escuchado un tercer disparo”, escribió. Tampoco mencionó haber entrado a la sala de traumatología donde llevaron a Kennedy, y escribió que “permaneció afuera junto a la puerta” cuando entró la primera dama.
Gerald Posner, autor de Case Closed, un libro de 1993 que concluía que Oswald efectivamente mató a Kennedy por su cuenta, dijo que tenía dudas. Si bien no cuestionó la sinceridad de Landis, Posner dijo que la historia no cuadraba.
“La memoria de las personas generalmente no mejora con el tiempo, y es una señal de advertencia para mí, del escepticismo que tengo sobre su historia, que en algunos detalles muy importantes del asesinato, incluido el número de disparos, su memoria ha mejorado en lugar de empeorar”, dijo.
“Incluso suponiendo que esté describiendo con precisión lo que pasó con la bala”, añadió Posner, “podría significar nada más que ahora sabemos que la bala que salió del gobernador Connally lo hizo en la limusina, no en una camilla en Parkland donde fue encontrada”.
Landis explicó que los informes que presentó tras el asesinato incluían errores; estaba en estado de shock y casi no había dormido en cinco días, ya que se concentró en ayudar a la primera dama a superar la terrible experiencia, dijo, y no prestaba suficiente atención a lo que declaró. No se le ocurrió mencionar la bala, dijo.
No fue sino hasta 2014 que se percató de que la teoría oficial sobre la bala no se ajustaba a sus recuerdos, según indicó. No dijo nada entonces por temor a haber cometido un error al colocarla en la camilla sin avisarle a nadie en esa era previa a la aparición del trabajo forense en la escena del delito y del protocolo de asegurar el lugar de los hechos.
De hecho, su compañero, Clint Hill, el legendario agente del Servicio Secreto que se trepó en la parte trasera de la limusina a toda velocidad en un esfuerzo inútil para salvar a Kennedy, le aconsejó a Landis no decir nada. “Muchas ramificaciones”, le advirtió Hill en un correo electrónico enviado en 2014 que Landis guardó y compartió el mes pasado.
Hill, quien ha expuesto su propio relato de lo sucedido en varios libros y entrevistas, puso en duda la versión de Landis a inicios de este mes. “Creo que preocupa que la historia que está contando ahora, 60 años después del hecho, sea diferente de las declaraciones que escribió en los días posteriores a la tragedia” y contó en los años siguientes, dijo Hill en un correo electrónico. “En mi opinión, existen graves inconsistencias en sus diversas declaraciones/historias”.
El encuentro de Landis con la historia comenzó en la pequeña ciudad de Worthington, Ohio, al norte de Columbus. Después de la universidad y de un período en la Guardia Nacional Aérea de Ohio, estaba trabajando en una tienda de ropa cuando un amigo de la familia le describió su trabajo en el Servicio Secreto. Intrigado, Landis se incorporó en 1959 a la oficina de Cincinnati, donde persiguió a ladrones que robaban cheques del Seguro Social de los buzones de correo.
Un año después, lo enviaron a Washington, donde se unió al equipo de protección de los nietos del presidente Dwight D. Eisenhower. Después de que Kennedy fue elegido, Landis, cuyo nombre clave era Debut debido a su juventud, fue asignado a proteger a los hijos del nuevo presidente y más tarde a la primera dama, Jacqueline Kennedy, junto con Hill. Debido a que la primera dama acompañó a su esposo a Dallas ese día de otoño de 1963, Landis, que entonces tenía 28 años, era parte de la comitiva y viajó en la parte trasera del estribo derecho del Cadillac convertible negro, cuyo nombre en código era Halfback, apenas unos metros detrás de la limusina presidencial.
Tras el primer disparo, Landis volteó hacia la derecha, en la dirección del sonido, pero no vio nada. Luego volteó hacia la limusina y vio que Kennedy levantaba los brazos; era evidente que lo habían herido. De repente, Landis se percató de que Hill había saltado del auto en que iban y corría hacia la limusina. Landis pensó en hacer lo mismo, pero no tenía ningún ángulo para actuar.
Afirma haber escuchado un segundo disparo y luego el tercer disparo fatal que impactó a Kennedy en la cabeza. Landis tuvo que agacharse para evitar que le salpicaran carne y materia cerebral. Supo al instante que el presidente había muerto. Hill, que en ese momento estaba en la parte posterior de la limusina, volteó y lo confirmó con una seña del pulgar hacia abajo.
Cuando llegaron al hospital, Hill y Landis convencieron a la desconsolada primera dama de soltar a su esposo para que pudieran llevarlo al interior. Después de que salieron del auto, Landis vio dos fragmentos de bala en un charco de sangre. Tocó uno, pero lo dejó en su lugar.
El ingeniero principal del hospital la encontró más tarde cuando estaba moviendo la camilla de Connally, para entonces vacía, pues chocó con otra camilla en el pasillo y la bala cayó.
El informe de la Comisión Warren afirma que “eliminó la camilla del presidente Kennedy como fuente de la bala” porque el presidente permaneció en su camilla mientras los médicos intentaban salvarle la vida y no fue retirada hasta que su cuerpo fue colocado en un féretro.
Los investigadores determinaron que la bala, designada Prueba 399 de la Comisión, fue disparada por el mismo rifle Mannlicher-Carcano C2766 encontrado en el sexto piso del Depósito de Libros Escolares de Texas. Llegaron a la conclusión de que la bala atravesó a Kennedy, luego entró en el hombro derecho de Connally, golpeó su costilla, salió por debajo del pezón derecho y continuó por su muñeca derecha hasta su muslo izquierdo.
Varios médicos opinaban que esa bala podía haber causado todo el daño. Pero se describió a la bala como casi prístina y se dijo que solo había perdido uno o dos granos de su peso original de 160 o 161 granos, por lo que los escépticos comenzaron a dudar que pudiera haber hecho todo lo que decía la comisión. De cualquier manera, algunos expertos en balística emplearon técnicas forenses modernas para concluir, en el aniversario 50 del asesinato, que la teoría de la bala única era posible.
Landis dijo que le sorprendió que la Comisión Warren nunca lo entrevistara, pero asumió que sus supervisores estaban protegiendo a los agentes, que la noche anterior habían estado hasta tarde socializando (Landis hasta las 5 a. m., aunque insistió en que no estaban borrachos). “En realidad nadie me preguntó”, dijo.
Muchas fotografías de esos días de duelo muestran a Landis al lado de Jacqueline Kennedy mientras ella soportaba los rituales de una despedida presidencial. Noche tras noche, esos segundos de violencia en Dallas se repetían en su cabeza, en un bucle sin fin de su propia película de Zapruder, como se conoce a la filmación casera que registró el asesinato de Kennedy casi en su totalidad. “La cabeza del presidente explotando; no podía dejar de ver esa imagen”, dijo. “Hiciera lo que hiciera, solo pensaba en eso”.
Con Landis y Hill todavía protegiéndola, la ex primera dama estuvo en constante movimiento en los meses posteriores. “Ella estaba en el asiento trasero sollozando y uno quería decir algo, pero en realidad no nos correspondía decir nada”, recordó Landis.
En general, estaba al tanto de las teorías conspirativas, pero nunca leyó un libro sobre ellas, ni tampoco el informe de la Comisión Warren. “Simplemente, no le presté atención”, dijo. “Simplemente me retiré. Simplemente sentí que había estado allí. Lo había visto y sabía lo que vi y lo que hice. Y eso es todo”.
Hizo algunas entrevistas en 2010 y posteriormente, pero nunca mencionó haber encontrado la bala. Luego, en 2014, un jefe de policía local que conocía le dio una copia de Six Seconds in Dallas, un libro de 1967 de Josiah Thompson en el que se argumentaba que hubo varios tiradores. Landis lo leyó y creyó que la versión oficial de la bala estaba equivocada.
Eso llevó a conversaciones con Merletti y Gormley y, finalmente, después de muchos años, a su libro.
No fue fácil. Cuando terminó el manuscrito, se quedó mirando la pantalla de la computadora, se derrumbó y lloró incontrolablemente. “No me di cuenta de que tenía tantas emociones y sentimientos reprimidos”, dijo. “Simplemente no podía parar. Y eso fue un gran alivio emocional”.
Fuente: nytimes.com