Un matrimonio estable y firme presenciado por los hijos es un privilegio que agradecer.
De importancia fundamental el inculcar en los jóvenes cultivar relaciones permanentes, no fugaces, cariñosas y cercanas.
Tantos matrimonios superan la infidelidad de uno de los cónyuges.
Otros han terminado en separación por infidelidades, apatía y violencia de uno de los esposos.
El hombre y la mujer no fueron creados por Dios para la soledad, sino para la interacción y para cultivar las tantas dimensiones de la vida.
La Iglesia busca acompañar a los matrimonios para que no se reduzcan a lo contractual y reproductivo, sino habilitar un espacio de desarrollo integral de los esposos para caminar juntos y promocionarse ambos.
Oremos por aquellos que se han separado para siempre para que puedan retomar sus vidas y comenzar una nueva etapa agradeciendo todo lo bueno que nació de esos años de unión y que puedan servir por entero al Reino de Dios.