Padre Luis Rosario
Conozco varios sitios en la ciudad de Santo Domingo que son famosos por las batatas asadas. Uno está cerca de la calle Moca con Peña Batlle, en Villa Juana y otro cerca del Liceo Juan Pablo Duarte. Pero habrá muchísimos otros puestos de venta de batata asada.
No hablemos de los kioscos que se encuentran a la ida o a la vuelta del Cibao, en la autopista Duarte. Asar batata y venderla calientita en esa carretera, es una costumbre muy nuestra que se ha conservado por años y parece que el negocio deja algo, pues no se ha interrumpido por mucho tiempo, aunque haya cambiado el entorno y modernizado el trayecto.
Si bien uno puede ponerle el motor automático al fogón o al horno cuando está asando batata, esta tarea exige seguimiento, no vaya a ser que el tubérculo se nos queme. Está claro que, aunque sea un manjar delicioso, no es que la batata sea la última Coca Cola del desierto ni pueda considerarse el último cuplé, que hizo de la película española una de las más taquilleras y a la actriz Sarita Montiel diva de fama mundial en los años cincuenta. Por buena que sea, la batata no puede pretender pasar de ser eso; un producto delicioso, muy popular y de un precio cómodamente accesible para todos.
Las bondades de la batata no pueden embobarnos y hacer que nos descuidemos de cosas más importantes. En la vida hay que darle a cada cosa el puesto que le corresponde. La vida y los valores e ideales que ella entraña, exige que no sobrevaloremos cosas, que, si bien son agradables, de ahí no pasan.
La Cuaresma es tiempo de conversión, en que deberíamos rectificar la conducta y jerarquizar los valores e ideales a los cuales dedicamos nuestro tiempo; es decir, una oportunidad para corregirnos y ser mejores. Sería triste que al final de nuestros días, que tenemos contados, sólo puedan leer como epitafio sobre nuestra tumba: Lo cogieron asando batata.