En mi sueño lo vi sentado a orillas de un lago claro y tranquilo, inmenso como un mar. Su tranquilidad imitaba la del lago. Era muy de mañana y los rayos del sol que surgía le bañaban su rostro, iluminado y en paz.
Me acerqué a él sin que notara mi presencia y lo oí hablar en alta voz, como si estuviera conversando con el lago o consigo mismo. Su voz brotaba de su interior más profundo:
―Lago, he venido a ti para que me ayudes a resolver el enigma de las 9 preguntas sobre el sentido de la vida ―le oí decir.
Y luego inició el torrente de preguntas que bullían en su mente:
- ¿Por qué hago lo que hago?
- ¿Por quién y para qué?
- ¿Tiene sentido alguno hacer lo que hago solo para satisfacción personal?
- ¿Sobrevivirá el resultado de lo que hago a mi propia existencia?
- ¿Qué o quién motiva mis pasos y el esfuerzo que cotidianamente pongo en cada cosa que hago?
- ¿Qué sentido tiene, para mí, vivir y desvivirme haciendo lo que hago?
- ¿Merece acaso la pena hacer lo que hago si al caer la noche, cuando el día ya se ha retirado con el sol, solo el sabor amargo de la soledad va conmigo a la cama?
- ¿Para qué y por qué afanarnos tanto si inevitablemente habremos de morir?
- ¿Reservarle espacio, en nuestro equipaje, a la diversión y al amor podría ayudar a alivianar la carga del viaje que constituye el vivir?
No pude contener la emoción, el sentirme estremecido por aquel auto cuestionamiento reflexivo del solitario hombre que cavila.
Y desperté pensando en mí mismo y en mi propia existencia.