A partir del sustrato semítico de los evangelios, este experto aborda las diferencias e incluso contradicciones en algunos hechos narrados
Los Evangelios fueron escritos en griego entre la segunda mitad de los años 60 y finales de los 90 de nuestra era, es decir, unos 35-70 años después de que Jesús de Nazareth muriera clavado en una cruz fuera de los muros de Jerusalén, en una colina conocida como Gólgota. Sin embargo, antes de que Mateo, Marcos, Lucas y Juan narraran por escrito la pasión y muerte de Cristo debió de existir un relato primitivo en arameo que se transmitía oralmente sobre aquellos hechos. Así al menos lo cree José Miguel García Pérez, experto en el estudio del sustrato semítico en el Nuevo Testamento, que en « La pasión de Cristo. Una lectura original» (Editorial Encuentro) rastrea esas huellas de arameo en los textos evangélicos. Una interpretación desde la lengua semítica de algunos versículos puede arrojar luz sobre las llamativas diferencias, e incluso contradicciones, que se aprecian en los evangelios. Porque, ¿coincidió la última cena con la celebración de la Pascua judía? ¿Jesús murió el 14 o el 15 de Nisán?
«Jesús enseñó en arameo, que era la lengua que hablaba, y también los apóstoles, cuando fueron enviados a predicar», recuerda este sacerdote que se muestra seguro de que aquellas enseñanzas aprendidas de memoria conformaron «una tradición muy fija» que se transmitió oralmente. «Muy pronto», continúa, esos relatos se formularían por escrito y es muy posible que en arameo.
Por desgracia, «no nos han llegado esos textos semíticos», pero este profesor de Sagrada Escritura en la Facultad de Teología San Dámaso y en el Instituto de Ciencias Religiosas de Madrid detecta señales en el evangelio de Juan de un «griego de traducción», a partir de un «relato semítico arcano». Y en los textos de Marcos y Mateo, incluso en los de Lucas, que no era judío como los otros tres y dominaba el griego, también encuentra «expresiones e informaciones que no cuadran» en griego, reflejo de relatos más antiguos. El propio Lucas advierte en el prólogo que bebe de diversas fuentes cuando escribe: «Muchos han tratado de relatar ordenadamente los acontecimientos que se cumplieron entre nosotros, tal como nos fueron transmitidos por aquellos que han sido desde el comienzo testigos oculares. Por eso, después de informarme cuidadosamente de todo desde los orígenes, yo también he decidido escribir…».
El arameo era una lengua consonántica, sin vocales, que se escribía sin separación entre palabras, según explica este experto. De ahí, a su juicio, algunas discrepancias en los posteriores textos en griego. García Pérez recompone los pasajes más controvertidos a partir de ese sustrato semítico y propone una lectura distinta, aclarando las partes más oscuras. Así, aludiendo a los estudios de César A. Franco Martínez, afirma por ejemplo que «Jesús muere el 15 de Nisán, en el día de la Pascua judía», no el 14 como parece fecharla el cuarto evangelista, por lo que la Última Cena coincidió con la celebración de la Pascua judía.
O que la liberación de Barrabás no estuvo vinculada a un privilegio pascual. «No hay en ningún texto huella alguna que apunte a un privilegio por el que los judíos podían exigir al prefecto romano la liberación de un preso por la Pascua. No es histórico, nunca ha existido», explica. Algunos han apuntado a una invención de los evangelistas o han apelado a algunos actos puntuales, pero éstos no constituían una costumbre. Según García Pérez, «la solución es interpretar esas frases que están en griego desde el sustrato arameo y desde ahí se entiende que están hablando de un hecho concreto porque efectivamente en la Pascua de Jesús se había pactado la liberación de Barrabás. Marcos se refiere a una costumbre, porque la gente acostumbraba a ir al pretorio a pedir».
El sueño de la mujer de Pilatos es otro de los episodios que, tras la relectura de este experto, cobra un nuevo sentido. Tomado por muchos como un pasaje legendario, si se relee desde el prisma semítico que García Pérez propone «no es la mujer de Pilatos la que sueña», sino que ésta traslada a su marido las peticiones de clemencia para Jesús de otras mujeres judías, vinculadas a miembros del Sanedrín que, como José de Arimatea, discrepaban de la condena. «¿Por qué Pilatos se lava las manos? Porque le ha llegado el mensaje de que hay gente principal entre los judíos que no está de acuerdo, es un mensaje a esos jefes principales de que no es culpa suya», sostiene el autor de «La pasión de Cristo. Una lectura original».
Aunque se han puesto muchos reparos al relato del juicio ante el Sanedrín, subrayando las diferencias con la legislación contenida en la Misná, García remarca que esta normativa es más «tardía» y «no es la que funciona en época de Jesús». El Sanedrín tenía potestad para juzgar y para condenar a muerte, pero no podía ejecutar. «Eso también es histórico», asegura este experto.
Basados en hechos históricos
«Durante muchos años se ha difundido que los evangelios son relatos inventados mucho tiempo después, pero ha habido mucho dogmatismo en este sentido. Hay elementos en los evangelios que se contradicen, pero que se han ido aclarando», añade García Pérez antes de subrayar que «es verdad que los evangelios son relatos de fe, pero la fe cristiana se basa en unos hechos históricos» y el relato de la Pasión de Jesús «ciertamente es histórico, fiabilísimo».
A lo largo de 216 páginas, este investigador aborda desde el problema cronológico de la pasión de Jesús, al prendimiento en Getsemaní, las dificultades históricas del relato del juicio ante el Sanedrín, las negaciones de Pedro, la muerte de Judas, el juicio ante Pilato, la crucifixión y las noticias cronológicas dispares sobre la muerte de Jesús y el entierro según los ritos funerarios judíos, hasta el día en que las mujeres se acercaron hasta el sepulcro.
Con el libro no solo pretende «avalar la historicidad de los relatos evangélicos», sino también «la conciencia que tenía Jesús de su muerte y su significado». En su empeño de arrojar luz sobre las expresiones oscuras apelando al sustrato semítico, quizá algunos puedan pensar que llega a forzar sus conclusiones, pero García Pérez replica que su libro «no es palabra de Dios» ni él pretende que se cambie el texto de los evangelios porque «no nos han llegado los textos arameos previos».
Este profesor de Sagrada Escritura se limita a proponer «una reconstrucción» de algunos pasajes partiendo de un posible escrito semítico anterior. «La cuestión es si esos fenómenos lingüísticos existen y si podrían estar detrás de los textos griegos… y sí, existen. Si la tradición aramea arroja luz sobre los textos griegos, pues bienvenida sea», concluye.
Fuente: ABC.es