Por el P. Manuel Antonio García Salcedo
- SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
Cristo Jesús, de condición divina se despojó de sí mismo (Filp 1-11)
- EL MISTERIO SACRAMENTO PASCUAL
El Prefacio de la Plegaria Eucarística II proclama que Jesucristo extendió entre el cielo y la tierra sus brazos en la cruz, y así adquirió para Dios un Pueblo Santo, familia y comunidad de los creyentes.
La Plegaria Eucarística de Reconciliación proclama: cuando nosotros estábamos perdidos y éramos incapaces de volver a Dios, Jesucristo que es el único justo, se ofreció así mismo… pero antes de que sus brazos extendidos entre el cielo y la tierra trazasen el signo indeleble de su alianza, quiso celebrar la pascua con sus discípulos…
Y continúa la plegaria con la epiclesis o invocación al Espíritu Santo sobre las ofrendas de Pan y Vino para transformarse sacramentalmente en el cuerpo y sangre de Jesucristo.
He aquí el sacramento de nuestra fe, el misterio de nuestra salvación, la redención que nos adquirió Jesucristo, conformada por cinco escalones sucesivos para el perdón del pecado del mundo, el perdón del pecado contra el Espíritu Santo, para ti, para mí, para muchos y para todos:
- La Pasión de nuestro Señor Jesucristo explicada devocionalmente representada en el vía crucis (la vía dolorosa) en sus 15 estaciones. San Juan Pablo II es quien agrega a las 14 estaciones la resurrección del Señor para indicar que la cruz no es un fin sino un medio que debe concretarse en las 14 obras de misericordia. El Papa Francisco ha sugerido una obra de misericordia decimoquinta con el cuidado del medio ambiente.
- La muerte cruenta de Jesucristo en la cruz, tras su derramamiento de sangre.
- La resurrección de entre los muertos al tercer día, después de haber descendido a los infiernos y haber predicado a aquellos que moraban en el lugar de los muertos.
- La ascensión del Señor a los cielos y su entronización como Señor de cielos y tierra, de todo principado, dominio y potestad
- El envío del Espíritu Santo para recrear la faz de la tierra a través de su sacramento de salvación que es la Iglesia cimentada sobre la roca de Pedro y el colegio apostólico por medio de sus sucesores ininterrumpidos, el Papa, obispo de Roma y los Obispos en comunión con él, cabeza de la Iglesia universal en permanente diálogo ecuménico, interreligioso y cultural hasta alcanzar la sufrida y anhelada unidad de todos los cristianos y de todos los hombres de buena voluntad.
- LA REDENCIÓN Y LA CRUZ
El apóstol San Pablo hace del himno de la Carta a los Filipenses 2, 1-11, datado en los inicios de nuestra era, el presupuesto para la celebración en las comunidades cristianas eucarísticas en el que se proclama que:
Nuestra redención ha brotado de la encarnación del Hijo de Dios explicitada en el himno del prologo de Jn. 1, 1-18, proclamado litúrgicamente que Jesucristo se ha hecho carne por obra del Espíritu Santo como atestigua Galt. 4, 4-6, de María, siempre Virgen (Lc 1, 28; Mt . 1, 23), la Madre de Dios (III Concilio Ecuménico de Éfeso 431) y es hijo adoptivo de San José, castísimo esposo de la llena de gracia y fiel custodio del redentor.
La prefiguración de la vida y ministerio de Jesucristo, el salvador suficiente, se encuentra dibujada en la manera en que el Patriarca José asumió el odio de sus hermanos con el perdón y con la liberación del pueblo elegido de la escases y las necesidades básicas a las que tiene derecho toda persona humana (Gen. 35-50).
Las siete palabras de Jesucristo en la cruz nos hacen dar un salto hacia el cielo y vinculan a los 7 dolores maternales de la Virgen María a quien hemos de acudir como maestra y discípula por excelencia, la cual es para la comunidad eclesial un espejo que ha de reflejar su imagen:
La máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (cf. Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (cf. Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf. Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor (DA 266)
Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos. Del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza (DA 157).
Quien es crucificado, en las religiones y culturas antiguas, es considerado maldito. El cadáver de aquellos que mueren en la cruz era considerado como impuro. Había que deshacerse del mismo lo antes posible. Era costumbre y oficio de los sacerdotes en el momento de la crucifixión lanzar improperios contra los condenados tales como bájate de la cruz… a otros sano y no se salva así mismo…
El escándalo de la cruz (I Cort. 1-2) tiene en la persona de San Pedro Apóstol la síntesis de aquellos que no pueden asimilar el triple anuncio del Evangelio de San Marcos: El pescador de Galilea, después de declararlo mesías, después de la transfiguración y a la subida definitiva a Jerusalén no puede tolerar el develamiento del secreto del Hijo del hombre, su clave misionera:
La Iglesia, en cuanto marcada y sellada “con Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11), continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la salvación (cf. 1 Co 6, 11). Pablo lo afirma de este modo: “Ustedes son una carta de Cristo redactada por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo” (2 Co 3, 3). El mismo y único Espíritu guía y fortalece a la Iglesia en el anuncio de la Palabra, en la celebración de la fe y en el servicio de la caridad, hasta que el Cuerpo de Cristo alcance la estatura de su Cabeza (cf. Ef 4, 15-16). De este modo, por la eficaz presencia de su Espíritu, Dios asegura hasta la parusía su propuesta de vida para hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares, impulsando la transformación de la historia y sus dinamismos. Por tanto, el Señor sigue derramando hoy su Vida por la labor de la Iglesia que, con “la fuerza del Espíritu Santo enviado desde el cielo” (1 P 1, 12), continúa la misión que Jesucristo recibió de su Padre (cf. Jn 20, 21) (DA 151) .
La consumación del misterio pascual, el cual pasa de la ignominia, la crueldad del sufrimiento, la muerte y la glorificación de Jesucristo, nos lleva a confesar como único salvador gracias al escándalo de la cruz, suplicio reservado a los infieles esclavos o siervos (diáconos en griego).
El Documento de Aparecida 273 expresa como las primeras comunidades cristianas en la unidad de la fe en Jesucristo y en la diversidad de tradiciones pudieron asumir la Buen noticia de la Salvación:
También los apóstoles de Jesús y los santos han marcado la espiritualidad y el estilo de vida de nuestras Iglesias. Sus vidas son lugares privilegiados de encuentro con Jesucristo. Su testimonio se mantiene vigente y sus enseñanzas inspiran el ser y la acción de las comunidades cristianas del Continente. Entre ellos, Pedro el apóstol, a quien Jesús confió la misión de confirmar la fe de sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), les ayuda a estrechar el vínculo de comunión con el Papa, su sucesor, y a buscar en Jesús las palabras de vida eterna. Pablo, el evangelizador incansable, les ha indicado el camino de la audacia misionera y la voluntad de acercarse a cada realidad cultural con la Buena Noticia de la salvación. Juan, el discípulo amado por el Señor, les ha revelado la fuerza transformadora del mandamiento nuevo y la fecundidad de permanecer en su amor.
- ANASTASIS (LA RESURRECCIÓN).
La destrucción de la muerte (Sal. 15) desde el madero de la cruz como una de las dimensiones fundamentales de la Buena Noticia (Evangelio) fue difícil de asimilar a las comunidades cristianas de la primera hora.
La experiencia de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) que le conocieron cuando les explicaba el resucitado que el mesías debía sufrir, ser entregado y aniquilado en manos de las autoridades religiosas, para después de muerto, resucitar de acuerdo a Moisés, los profetas y los sabios lleva a los discípulos del camino de la confusión (significado del lugar de origen: Emaús) a que se les abran los ojos, y a acoger la invitación al tercer peregrino que les sale al encuentro cuando cae la tarde que se torna en noche u oscuridad.
Al recibir Jesucristo que parte el Pan, al comulgar, ven al Señor Resucitado a quien reconocen, que de inmediato desaparece y se queda presente en la especies que están sobre el altar de la cruz, en la comunión con cada uno de los discípulos y especialmente en los que sufren.
Esto mueve a los discípulos que han comulgado ir a unirse a Pedro y los Apóstoles que han de anunciar a una voz: JESUS ES MI SALVADOR…VENGAN TODOS A LA MESA DEL SEÑOR, presencia viva en nuestras principales devociones cristológicas del Tiempo ordinario:
- UN CORAZON ABIERTO: EL SAGRADO CORAZON DE JESUS… DE DONDE BROTA Agua, Sangre y Espíritu Santo.
- UN SUMO Y ETERNO SACERDOTE… Jesucristo, Sacrificio, Victima y Altar.
- EL CUERPO, SANGRE, ALMA Y DIVINIDAD DE JESUCRISTO… presente y real en el Santísimo Sacramento de nuestra fe.
- LA SABIDURÍA DE DIOS: JESUCRISTO CRUCIFICADO Y RESUCITADO.
La sabiduría practica del diario vivir, muy valorada como compendio del Antiguo Testamento y del mundo clásico, es adjudicada por San Pablo a la cruz de Jesucristo, árbol de la vida, sabiduría de Dios que erradicaba la maldición, el triunfo de las fuerzas del mal sobre el mundo, de manera que esta dejaba de ser escándalo y locura para los entendidos filósofos, los guerreros y los practicantes de las leyes civiles y religiosas.
Es el evangelista San Juan quien declara que cuando sea levantado Jesucristo atraerá a todos hacia sí. La hora en que el Hijo único de Dios pase al trono de gloria, la cruz redentora.
Santo Tomas Apóstol no creyó al estar ausente en la primera aparición del resucitado el primer día de la semana (Jn. 20). Como condición pide tocar el costado y las llagas del crucificado, pero no fue necesario. El Saludo de Paz y la comunión con el Salvador y sus hermanos le llevo a la bienaventuranza de proclamarlo: Señor mío y Dios mío. Un eco de esta experiencia se recoge en Aparecida:
Contemplar a Dios con los ojos de la fe a través de su Palabra revelada y el contacto vivificante de los Sacramentos, a fin de que, en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y Sacramento universal de salvación, en la propagación del reino de Dios, que se siembra en esta tierra y que fructifica plenamente en el Cielo.
Queda el poner por obra lo que la salvación anteriormente desde que el bautismo nos ha hecho discípulos y misioneros de Jesucristo como precisa el discurso de apertura del V CELAM en Aparecida:
El discípulo, fundamentado así en la roca de la palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la buena nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro.
Para ello se requiere de una renovación del sacramento del bautismo, inicio de esta participación comunitaria del cáliz de la cruz y resurrección de Jesús Salvador, sabiduría práctica de Dios en:
-La verticalidad de la cruz que hace presente los tres primeros mandamientos desde la fe, esperanza y caridad de la nueva vida en el Espíritu Santo y de las tres primeras peticiones del Padre Nuestro.
-Su horizontalidad refiere a los 7 mandamientos para la vida en comunidad y las 4 peticiones de la oración del Señor para una plenitud de vida.
El Espíritu del Crucificado es el Espíritu del Resucitado. Hemos participar del Espíritu de la Salvación en Jesucristo.