El padre Pedro Opeka llegó a Madagascar en 1968, cuando tenía 22 años, después de su ordenación. Impactado por cómo vivía la gente en uno de los países más pobres de África, se quedó para siempre logrando salvar a 500.000 personas que vivían de la basura y creando una verdadera ciudad para los pobres.
“Cuando llegué a Antananarivo, la capital, vi miles y miles de personas que vivían de uno de los basurales más grandes del mundo. Esa noche no dormí y le pedí a Dios que me dé fuerzas para rescatarlos de ahí”, describe Pedro su experiencia.
Hace 50 años que Madagascar es su patria adoptiva.
Radicó su lucha en uno de los países más relegados del mapa, una de las zonas más pobres del planeta. Allí donde cambió miseria por oportunidades, allí donde brindó refugio a los desamparados, prosperidad a los descalzos, esperanza a los desvalidos, platos llenos a los malnutridos.
Para ganarse la confianza del pueblo y romper con el estereotipo de ser el único blanco –algo que le tomó tiempo- el sacerdote recurrió al futbol. En 1990, el padre Opeka fundó Akamasoa (‘Los buenos amigos’, en idioma malgache). Ese lugar para los pobres rápidamente se convirtió en una gran ciudad con 25.000 habitantes, que cuenta con 17 barrios, 5 guarderías, 4 escuelas, un liceo para mayores y 4 bibliotecas. Para quedarse a vivir allí solo es necesario trabajar, enviar los hijos al colegio y respetar las normas básicas de convivencia.
Conocido también bajo los nombres de “Soldado de Dios”, “La Madre Teresa con pantalones”, “El Santo de Madagascar” y “El apóstol de la basura”, el padre Opeka fue propuesto para el Nobel de la Paz.
Fuente: Noticie.